Alberto Núñez / Seoane

Cerrado por inanición

ESTE es el estado actual del movimiento sindical en España: "cerrado por inanición". Y no es que de repente las causas que, hace muchos años ya, llevaron, con toda razón, a los trabajadores en busca de la Justicia que nadie les daba, a unirse para reivindicar -primero-, defender -después-, e incrementar y mejorar -luego-; sus derechos, hayan desaparecido, en absoluto. Esta cuestión está y estará siempre presente, sembrando inquietud y espoleando a los más débiles a fortalecer y afianzar los lazos que los pueden unir, para hacer frente a los abusos, inevitables, de los poderosos. Lo que sucede es que los "líderes" sindicales que hoy acuadtillan, supuestamente, el movimiento obrero; ni son líderes -aunque se empeñen en aparecer como tales-, ni padecen las afrentas que podrían llegar a hacer de ellos verdaderos representantes de los oprimidos, ni son sindicalistas, ni -esto es lo peor- sienten en sus carnes la apreturas ni, por supuesto -visto y probado-, en su pensar la ideología que pudiese llegar a hacer creíble su actitud.

Ahora, si tienen paciencia para seguir leyendo, les voy a escribir algo sobre la mamarrachada del pasado día 29. "Eso" que Méndez, Toxo, el "liberado" consejero de Bankia que gana más que el presidente del Gobierno -y decenas de otros igual que él-, algunos "artistas" paletos e inservibles, Cayo -de podólogo- Lara, Gaspar -ya incalificable- Llamazares y los oportunistas de turno, llamaron: "huelga general".

Una huelga general no es ningún mamarracho si los motivos que pueden llevar a convocarla son serios y suficientes, si los que la convocan lo hacen por coherencia con las ideas que defienden y con su actitud vital y si el respeto a la libertad de decisión de los ciudadanos, a secundarla o no, es absoluto.

Si no se cumple la primera premisa, lo que tenemos es una charlotada, le pueden ustedes llamar como quieran: no pasa de ser una algarada callejera, con más o menos ruido, pero una algarada. Si lo que se incumple es la segunda condición, de lo que hablamos es de manipulación especulativa en busca del interés personal de los cínicos de turno que, a mayor desprecio de nuestra capacidad intelectiva, intentan hacernos creer en "su lucha por los derechos de los trabajadores...", ¡ah!, se me olvidaba: ¡"y de las trabajadoras..."!, no me vayan a suponer machista impenitente... Si es la libertad de "los convocados" la que se burla, somete o desprecia, si son los piquetes los que imponen su ley, si es la violencia, la coacción o la amenaza, la que "mide" el "éxito" de la convocatoria; entonces de lo que se trata es de terrorismo fascista, ni más, ni menos.

"Lo" del pasado jueves 29, no cumplió con ninguno de los tres supuestos, irrenunciables si nos queremos referir a una huelga general, así que ya saben ustedes lo que fue: una charlotada hipócrita y fascista. Ni hubo motivos, que no hubiese habido, con mayor intensidad y en mayor cantidad, cuando el Gobierno era otro. Ni los dos cabezas visibles, convocantes de la misma, tienen la legitimidad que se arrogan, ni el mínimo de coherencia exigible para que se les tome en serio, ni su actitud circunstancial es la que se le supone a un sindicalista -léase, Marcelino Camacho-. Ni, por último y más importante, se respetó el derecho constitucional al trabajo, es más, Cándido Méndez, en el colmo de la paranoia que le ocupa su estrechez mental, afirmó que: "el derecho a la huelga prevalece por encima del derecho al trabajo", díjolo preclaro leguleyo, emérito sin par, aplaudido acá y acullá por la ejemplaridad de sus actos y la bonhomía de su conducta. El acabóse, vamos.

Por desgracia, en estos difíciles tiempos que nos ha tocado vivir, cuando más falta hacen las mentes prudentes y sensatas, cuando todos los brazos son pocos para remar en la misma dirección, cuando más imprescindible -si es que alguna vez deja de serlo- resulta la coherencia y más provechosa la buena voluntad; los cimientos de la sociedad, los trabajadores, carecen de los líderes que necesitan. Los que hoy están ahí arriba, con su falta de altura de ideales y su profunda carencia de amplitud de miras, están llevando al sindicalismo al cierre por inanición.

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