Chelo

Hay existencias tan altas que hasta la misma muerte les pasa por debajo sin apenas tocarlas

Hace unas semanas, cuando empezábamos nuestro viaje por Italia, avisé a mis compañeros. Todo lo que se dijese en mi presencia era susceptible de salir publicado al día siguiente en un artículo. Como acostumbro, cumplí la amenaza y plagié sin piedad algún análisis político-social de Rafael Sánchez Saus y reproduje un comentario artístico deslumbrante del profesor Pomar, además de nuestra crispada discusión acerca del significado antropológico y el uso social de las palas de pescado.

De quien no copié nada fue de Chelo Laserna, la mujer de Rafael, que ha muerto inesperadamente. Los géneros literarios están para acomodarse a la diversa realidad, y ella requería un poema. Ponía dulzura, orden, elegancia, interés y luz en nuestros días. Todavía más que un poema, le convendría una música, un concierto de Chelo, pero eso escapa a mis posibilidades, y me urge agradecerle tanto. Pudimos ir a misa el día de Santiago por una fina sugerencia suya. Estaba atenta a todos y a todo y se ganó para siempre a los niños del viaje.

Qué regalo han sido estos nueve días juntos. La conocíamos desde hacía muchos años y admirábamos su belleza, su saber estar y su cariño para los suyos y con nosotros; pero su discreción infatigable, sus afanes de anfitriona -si invitaba en su casa- o esa manía de sentarnos, si cenábamos fuera, las mujeres y los hombres separados, no me habían permitido intimar como en Italia en estas noches de estrellas y vinos, en el silencio de tantas iglesias que hemos admirado (sólo después de rezar) detenidamente y en el bullicio eufórico de chispeantes restaurantes. No habría sentido más su muerte sin estos días; pero me habría quedado mucho más vacío. Sin la alegría de haber sido testigo de su vida de fe y beneficiario de su caridad. Ningún augurio hacía presagiar su infarto. Andábamos felices, sanos, riéndonos, disfrutando de lo grande y lo mínimo. Sin embargo, contra el verso de Alberti: "No tuviste tu muerte, la que a ti te tocaba", quizá esta muerte en su alta plenitud, sin necesitar ningún cuidado, tan suave y silenciosa, sea la que mejor se acomode al espíritu de Chelo; aunque nos haya dejado desvalidos. Y, sin duda, ella sola le ha dado la vuelta al famoso verso de Petrarca en el que tanta confianza he depositado yo: "Un bel morir tutta la vita onora". Chelo nos ha dejado una versión aún más esperanzada: "Una hermosa existencia trasciende cualquier muerte".

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