La tribuna

José A. Aparicio Florido / Coordinador Nacional De IAEM-España. / Máster En Protección Civil Y Emergencias

Chile: la tierra se mueve

HABÍAN pasado muy pocos minutos después de las siete y media de la mañana cuando sentí un sobresalto al oír el timbre del teléfono móvil: un mensaje de la Red Sísmica Nacional española me avisaba de que sus sismógrafos habían registrado un fuerte terremoto de 7,1 grados en la costa central de Chile. Aquello me alarmó, pero no sobremanera, ya que allí la actividad sísmica es frecuente y elevada. Eso sí, un grado por encima de lo normal. Pero al momento siguiente, apenas pude interpretar los primeros datos, el Sistema Global de Coordinación y Alerta de Desastres de la ONU confirmaba la alerta, aunque corrigiendo la magnitud y elevándola a 8,8 grados según los indicadores del Servicio Geológico de los Estados Unidos. Y entonces ya no tuve dudas de que se trataba de otro sismo devastador y que acababa de morir mucha gente en aquel país.

Enseguida reenvié los mensajes a algunos compañeros de varios servicios de emergencias, accedí a los primeros informes de la Oficina para la Coordinación de Asuntos Humanitarios (OCHA), leí los comunicados oficiales del Gobierno de Chile, las alertas de tsunami activadas por el Tsunami Warning Center del Pacífico y encendí la televisión para ver el canal de TVN, la emisora nacional chilena. Los muertos, que al principio se iban conociendo con cuentagotas, incluso con nombres y apellidos, pasaron en cuestión de horas a convertirse en decenas y centenares sin identificar. Sucedió de madrugada, cuando la población dormía, sola, indocumentada… Las primeras imágenes nocturnas no permitían conocer el alcance de la tragedia, pero se podían adivinar sus resultados entre viaductos desplomados, aceras sembradas de cristales, y hombres, mujeres y niños pernoctando en las calles. En las ciudades costeras, las carreteras se colapsaron con vehículos particulares que intentaban subir hacia cotas más altas del interior, huyendo de la temida gran ola. Mientras esto ocurría en calles como las de Valparaíso, a través de las ventanas de un lujoso hotel se podía observar a clientes conversando tranquilamente en mesas engalanadas con lazos y decoración de flores, sin muestra alguna de preocupación. No siempre llueve para todos, ni de la misma forma…

El temblor de tierra ha liberado una energía quinientas veces superior al reciente terremoto de Haití o, lo que es lo mismo, cien terremotos como el de aquel 12 de enero. Y, sin embargo, la tragedia humana y material que está significando para los habitantes de Chile, siendo catastrófica, no se aproxima ni de lejos a la del país caribeño. Bien es cierto que el epicentro se ha registrado en este caso a una profundidad cuatro o cinco veces superior y que la distancia a los núcleos más poblados ha sido también mayor, lo cual ha amortiguado el impacto. Pero la diferencia principal ha radicado en que Chile se ha estado preparando durante años como comunidad resiliente, capaz de soportar una buena parte de la violencia con que se desatan estos fenómenos naturales. Tanto es así que la presidenta, Michelle Bachelet, rehusó durante dos días la ayuda internacional, un gesto que, más que denotar arrogancia ni desprecio, destila una honradez profunda de no querer beneficiarse de la siempre reconfortante solidaridad ajena hasta no obtener un balance real de la situación. Es la imagen de una consciencia social entrenada a base de golpes, que encara con previsión y con resignación diaria la amenaza permanente que suponen estos riesgos: Valparaíso (1906), Talca (1928), Chillán (1939), Valdivia (1960), San Antonio (1985)… En cada uno de estos sismos, Chile ha aprendido a prepararse, a asumir y a responder.

Como muestra de lo anterior, a principios del verano pasado recibí el correo de una ciudadana chilena llamada María Isabel, en el que me decía: "Mucho me gustaría si tuvieras algún contacto con el mejor centro sismológico del mundo, ya que una persona de nombre Hugo Gómez Solís, calcula que en Chile, el día 29 de junio (de 2009), seremos afectados por fenómenos de la naturaleza". Y en efecto ha ocurrido, aunque ocho meses más tarde y con un escenario un tanto diferente al que dibujaba este enigmático Hugo Gómez, que nos recuerda necesariamente al famoso Giampaolo Giuliani, que avisó del terremoto de L'Aquila un mes antes de su ocurrencia. ¿Casualidad? Sin duda alguna; pero atrayente al fin y al cabo.

Sin embargo, a pesar de la profunda invasión del mar en lugares como la isla de Juan Rodríguez, no ha habido un tsunami tan devastador como aquel que temía María Isabel, similar al que inundó las costas de tres continentes en diciembre de 2004. Con todo, en la televisión nacional de Chile pude escuchar atentamente a un hombre agradecido que, esbozando una ligera sonrisa, decía: "Estoy muy contento de vivir en mi país; parece que Dios lo ama mucho a este Chilito…". Ésta es la sabiduría de quien se sabe parte de una naturaleza incontrolable y de quien no olvida el principio básico defendido por Galileo hasta la muerte, y es que… la Tierra se mueve.

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