la columna

Pedro Sevilla Gómez /

Chófer polaco

LAS tres mujeres con las que he viajado a Polonia -mi señora entre ellas- han vuelto algo enamoradillas de Lukas, un rubito veinteañero que nos ha llevado de ciudad en ciudad y nos ha explicado, en un español rudo, lo bien que se come en su país y lo mal que conducen sus compatriotas. Cuando estábamos con él, las mujeres eran todo sonrisas y cucamonas y se comportaban como quinceañeras, a pesar de que ninguna de ellas va a cumplir ya los cincuenta. Yo, que no llegué a enamorarme de Lukas pero entiendo a mis tres acompañantes -mi señora entre ellas- porque el zagal es todo un Apolo polaco, me limitaba a mirar por la ventanilla y permanecer callado, algo que, la verdad, nunca me ha costado demasiado trabajo.

Pero no todo eran efusiones y exclamaciones femeninas. Cuando las mozas se serenaban hablábamos de las dinastías polacas, de las pobres y altivas princesas, de la música clásica -hemos ido a un par de concierto- y de Juan Pablo II, omnipresente en inmensas fotografías. Y hablábamos, claro, de historia y política. Un día pregunté a Lukas si en su país había alguna zona que tuviese intenciones separatistas. Con una sonrisa amplia me contestó que nada de eso, que en Polonia, al contrario que en España, todos están encantados de ser libres y de estar unidos. Fíjese, me dijo, que en la Polonia hemos sufrido mucho, primero con los nazis y luego con los comunistas, y ahora que somos libres queremos ser todos libres. Nosotros, como es natural, dijimos que sí con la cabeza: un país pisoteado por la bota enorme de los nazis y luego aterrorizada por los soviéticos, que trataron de robarle el alma, tiene por fuerza que unirse, que abrazarse a sí mismo. Y yo me acordé de nuestra España, que también ha sufrido lo suyo, alterada cotidianamente por unos politicastros que juegan a las dos Españas, que se levantan cada mañana buscando el epíteto más ingenioso y más dañino para zaherir al contrario; me acordé de nuestra tendencia a llegar a las manos, de las zonas del norte que tiran en dirección contraria. Sin embargo qué ansias de volver, de dejarme hacer por nuestro idioma, de bañarme en este sol ahora tan calentorro. Qué ansias por buscar cada noche, en las televisiones internacionales, noticias de lo nuestro, de este trozo de Europa que nos mata pero nos da vida, y al que amamos irremediablemente, irremisiblemente.

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