CADA vez que se comete un atentado yihadista -como el del aeropuerto de Estambul o el de Dacca- me acuerdo de una foto que tengo del escritor marroquí Mohamed Chukri. La foto está tomada en el restaurante El Dorado, en Tánger, donde Chukri instaló durante unos años su despachito -como le gustaba llamarlo-, y donde escribía, leía, recibía a sus amigos y sobre todo bebía sin parar: primero vodka y coñac y vino, y luego más vodka y más coñac y más vino. En la foto se ve a Chukri subido como un equilibrista a los hombros del dueño del local, un hombre que había sido luchador de lucha libre. Y desde lo alto, Chukri mira muy serio a la cámara con una mirada desafiante que parece decir: "¿Me buscáis? Pues aquí me tenéis. No me escondo, no, sino que me subo a los hombros de un amigo para que todos podáis ver dónde estoy".

Cuando se tomó esa foto -hará unos quince años-, Chukri estaba condenado a muerte por los islamistas radicales por ser un impío que bebía sin parar, y que encima escribía en sus libros sobre las putas y mendigos y delincuentes que pululaban por los bajos fondos de Tánger. "Si no les gustan mis libros, que vayan a protestar al que se inventó Marruecos y se inventó mi vida", me dijo Chukri ante una copa de coñac Soberano, en ese mismo restaurante El Dorado, más o menos por la misma época en que se hizo la foto. Chukri sabía que en cualquier momento podía ser objeto de un atentado -por aquellos días, el egipcio Naguib Mahfuz acababa de ser acuchillado por un islamista en un café-, pero él seguía montando su despachito en El Dorado o en cualquier otro bar -el Ritz, el Negresco-, y allí seguía pasando la mañana, bebiendo y escribiendo, sin cambiar ni un solo aspecto de su rutina. Y parapetado tras las botellas y los libros -los objetos que lo definían como impío-, miraba a todo el mundo con el mismo aire de desafío que tenía en la foto subido a los hombros del dueño de El Dorado.

Pienso en Chukri -en la valentía de Chukri, en el aplomo de Chukri- cuando veo las reacciones histéricas de tantos y tantos europeos ante la llegada de inmigrantes, desde el Brexit a los populismos desatados en media Europa. Chukri murió en 2003, pero me pregunto qué habría dicho de nosotros si nos viera asustarnos como viejecitas, él que supo resistir impertérrito todas las amenazas de muerte, sin más protección que sus botellas y sus libros y su admirable coraje.

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