La discriminación no podía ser más flagrante, y por eso el Ayuntamiento de Cádiz le ha dado con la puerta en las narices. Discriminación por motivos de género, por motivos racistas, por clasismo... ¿Pero a quién se le ocurre a estas alturas publicar un anuncio donde se busquen gitanas "guapas y con chispa", una mujer como de 45 años, pero que tenga "aspecto normal", un árabe fuertote o un puñado de hombres con tatuajes y a ser posible con pinta de quinquis?

Pues semejante aberración se le ha ocurrido a un director de cine catalán -Isaki Lacuesta- que pretende rodar una película en Cádiz y que, a juzgar por las características que exige a los aspirantes a salir en ella, no parece que sea la versión moderna de Sissi Emperatriz.

Sin entrar aún en las cuestiones de género, una convocatoria que pretende seleccionar a los que interpretarán los personajes secundarios comporta ya un agravio comparativo, porque establece unas desigualdades entre los que harán los papeles protagonistas y el resto del reparto. Pero es que cuando se convoca a personas de una determinada edad, o morenos, o con una cicatriz en la mejilla, la discriminación cinematográfica roza incluso los límites de la Constitución.

¿O acaso cuando se favorece la contratación de jóvenes para interpretar a personajes jóvenes no se está discriminando a los artistas más veteranos? ¿Y eso de pedir gitanas? ¿No se da cuenta el director de que puede estar dejando en la cuneta a chicas de talento por el simple hecho de haber nacido gachís?

No sé hasta cuándo se van a mantener esos estereotipos de género que llevan a los directores a contratar actrices para los papeles femeninos y chicos para los masculinos. Desde que Billy Wilder travistiera a Tony Curtis y a Jack Lemmon para hacerles huir con faldas y a lo loco; y después de que en aquella película de Monty Python el papel de la madre de Brian fuera interpretado por Terry Jones, se rompieron unas barreras que ahora no deberíamos volver a levantar, así sea en nombre del realismo social o del cine-protesta.

Si el papel de una señora lo puede interpretar perfectamente un caballero, y el de un caballero con toda la barba podría hacerlo sin problemas una actriz maquillada, ¿qué demonios es toda esa ridiculez de pedir que se presenten gitanas para representar papeles de gitanas? ¿Es que ya nadie se acuerda de aquella versión que hizo Zeffirelli para la televisión sobre la vida de Jesús de Nazaret en la que el protagonista era rubio y con ojos azules? Pues si alguien con aspecto de lord inglés hizo de judío sin que nadie notara la diferencia, ¿a qué viene ahora escoger a nadie apelando a la raza, la edad o la estatura?

Para evitar discriminaciones hirientes (como la de preferir a Arnold Schwarzenegger, marginando a estrellas de la talla de Woody Allen o de Mia Farrow, que también podían haber hecho el papel de Conan), tendríamos que dejar a un lado y para siempre todos esos prejuicios, que son más propios de la prehistoria del cine que de esta sociedad alegre y combativa.

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