Quien más quien menos puede tener una idea de lo que fueron los cines de verano. Otra cosa son los que tuvieron -o tuvimos- la experiencia de vivirlos. En Jerez hubo un tiempo en que proliferaron y casi cada barrio tenía uno propio. El del mío fue el Delicias, un espacio que corre asociado a los inmaculados tiempos de la infancia, con sus aromas a jazmín y a dama de noche pegados en la memoria sensorial al lado de escenas de piratas, comanches o hazañas bélicas. En la otra punta de la ciudad, el Terraza Tempul acogería, por cierto, la primera edición de la Fiesta de la Bulería, hace ahora cincuenta años. Aunque borrados de nuestra geografía urbana, cada agosto en Jerez, de una manera un tanto callada, se produce el milagro de su renacimiento. Además, y como hace medio siglo, asociado a nuestro arte gracias al ciclo Cine y Flamenco, que programa el Instituto Andaluz del Flamenco (IAF) y acogen los jardines traseros del Palacio de Pemartín (CADF) cada martes de este mes. El ciclo, este año en su XI edición, cumple a la perfección con el ritual cinematográfico veraniego, perfumes incluidos. Pero, sin duda, el mayor aliciente se encuentra en la posibilidad de disfrutar de una serie de títulos, en su mayoría documentales, de los que habíamos podido tener noticia, pero que resultan imposibles de encontrar en salas comerciales. Los dos primeros martes de este mes se ha podido ver la premiada producción Gurumbé. Canciones de tu memoria negra, de Miguel Ángel Rosales, que había sido ya presentada en Jerez, y Omega de José Sánchez Montes y Gervasio Iglesias (¿Recuerdan Tiempo de Leyenda? Pues de los mismos). Se trata de un apasionante documental que, veinte años después, recorre la génesis y desarrollo de la crucial producción del mismo título de Enrique Morente con Lagartija Nick. Quedan todavía tres martes más de cine con nombres tan sugerentes como Saura, La Chana o Menese. Si se han perdido las primeras noches, no cometan el pecado de dejar pasar las restantes.