La columna

Bernardo Palomo

Cinismo oficial

Que mucha gente está muy al margen del civismo es algo que cada día, desgraciadamente, se aprecia más. De nada vale que los abnegados maestros se partan la cara para enseñarles a sus alumnos que hay que respetar lo que hay que respetar, que las calles son de todos y que existen una serie de normas que son de obligado cumplimiento, si después los papás o las mamás, con ellos delante, hacen lo que les da la real gana y se pasan los deberes ciudadanos por sus mismísimos centros de interés. Viene esto porque se harta uno de que la gente vaya haciendo por los sitios públicos lo que les convenga en el momento que a ellos convenga. No es normal que no se respeten los pasos de cebra; más de una vez me he encarado con algunos padres con niños pequeños porque han cruzado con los semáforos en rojo, teniendo que discutir por la nula educación y el mal ejemplo hacia esos niños que son sus hijos. Estamos hartos de comprobar cómo la gente deja el coche en las aceras, en doble fila o en las puertas de los garajes, eso si no vas a cualquier gran superficie y te encuentras un coche parado, normalmente uno de esos grandes, como para el campo, pero sin el campo, sin dejar paso a los de atrás y esperando a que la señora del conductor salga con el carrito y meta las bolsas en el maletero. No se te ocurra llamarle la atención, puedes acabar en la comisaría por tener razón. El otro día en el aparcamiento de la plaza del Arenal, con la mayoría de plazas vacías, un coche de un organismo oficial había aparcado en el lugar destinado a los discapacitados. A lo mejor, el conductor padecía alguna deficiencia, probablemente estaba tocado de la vista y por eso consideró que aquel era su lugar por no poder ver los otros lugares vacíos. Me temo, sin embargo, que de lo que realmente adolecía el probo funcionario era de mala educación.

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