CHe ido a todos los circos que han pasado por Jerez durante mi infancia, al Circo Price, al Circo Ruso, al Circo Americano, al Berlín Circus, a todos. Me desgañité con los payasos de la tele en el estadio Domecq. A mi madre le gustaba aquella pobreza triste y acrobática arropada bajo una carpa, aquel brillo gastado, falso y decadente, como de otro tiempo. El circo era su debilidad pero a mí me ponía el alma en los pies, me daban ganas de llorar. En el circo aprendí a fingir entusiasmo para hacer felices a los demás.

A veces el gran espectáculo del mundo se anunciaba mediante un pequeño desfile de saltimbanquis y animales e iban repartiendo descuentos de entradas a las puertas de los colegios para atraer a su público. Le gustaba tanto el circo a mi madre que, enseguida se ponía manos a la obra, hasta convencer a unas cuantas amigas. Nos metíamos una multitud en un seita y acabábamos en el Parque González Hontoria superando cualquier inclemencia.

En cierta ocasión que diluvió cómo sólo diluviaba en Jerez cuando éramos pequeños, navegamos por calles inundadas mientras mi madre decía divertida a sus amigas "estamos locas" y los niños nos acabábamos los bocadillos de pan con chocolate camino del circo. Nuestras botas de agua acharoladas dejaban un extraño olor a caucho y humedad en la estrechez del coche. La carpa tenía más goteras que una casa antigua y un cohete desde el que debía propulsarse el hombre bala.

Mi madre lo aplaudía todo, lo festejaba todo, le faltaba subirse al trapecio para asegurarse de que estaba bien sujeto. Le deslumbraba la purpurina, las lentejuelas, el redoble de tambor, las acrobacias, los payasos histriónicos, el funámbulo, la voz del Jefe de pista. Le gustaba volver la mirada hacia nosotros y ver que no nos estábamos peleando y que compartíamos su entusiasmo. Le gustaba todo hasta llegar a los animales. Comenzaban a oírse los trallazos del látigo y a mi madre se le cambiaba el gesto, no sé si por el domador o por los tristes tigres un tanto adormilados. Los niños nos encogíamos cuando el león atravesaba un aro de fuego, o se arrodillaba humillado ante el público. Con los elefantes era distinto porque según mi madre tenían memoria y muy malas pulgas, quizás por eso les ponían unos gorros ridículos que aún les hacían parecer más grandes. Daban pena.

Jerez ya no albergará más circos con animales. La noticia es fantástica, han matado a un muerto.

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