Ciudad 'low cost'

A falta de proyectos sólidos que necesitan tiempo para aportar beneficios, se ha optado por lo fácil

Vivimos en una ciudad, para bien o para mal, marcada por la historia. Y el pasado influye en el presente mucho más de lo que se piensa. No es lo mismo realizar cosas tan cotidianas como comprar pan, tomar café o pasear en una ciudad como Florencia, Venecia, Salzburgo o, pongamos por caso, Sevilla que en un barrio alejado del centro de una de las muchas ciudades impersonales que son la mayoría de ellas. Sevilla es una ciudad con pedigrí, una marca que revaloriza todo lo que bajo ella se acoge.

Este tipo de ciudades están condenadas a sufrir las agresiones del turismo. Y digo agresiones porque la industria turística, como todas las cosas, es un arma de doble filo. Lo mismo sirve para mantener la economía de un país o una ciudad que para vulgarizarla hasta límites insospechados. Indudablemente no podemos volver a la época del gran tour, en el que solo viajaban las clases privilegiadas, pero el turismo de masas es degradante en muchas ocasiones. No es lo mismo meter hordas de turistas emborregados en un complejo turístico que ahora llaman un resort, en el que las instalaciones y las actividades programadas intentan retenerle para que no necesite salir de allí, que soltarlos en el casco histórico de una ciudad monumental. En el primer caso puede resultar absurdo aunque entendible, pero en el segundo es francamente degradante.

Nuestra ciudad está apostando por el denominado low cost. A falta de proyectos sólidos que necesitan tiempo para aportar beneficios, se ha optado por lo fácil, por el camino más corto para cerrar esa herida que nuestra economía sufre desde hace décadas. La falta de inversiones y la pasividad de una sociedad a la que parece que sólo le preocupan sus equipos de fútbol o cómo se reorganiza la carrera oficial en la Semana Santa, favorecen un inmovilismo que se está haciendo crónico. No se hace nada por curar esa herida, sino que se cierra en falso.

Se están poniendo las bases para conseguir una ciudad low cost con un centro histórico masificado lleno de tenderetes y franquicias impersonales similares a las de cualquier otro lugar. Una ciudad vulgar en la que las masas puedan sentirse cómodas, pero en la que la vida cotidiana se hace imposible. Los monjes cartujos, que son mucho más listos, tienen un centro de interpretación y acogida de turistas unos kilómetros antes del monasterio para que nadie les moleste en la Grande Chartreuse.

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