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la esquina

José Aguilar

Clamores populares

EL hasta mayo presidente de Cantabria, Miguel Ángel Revilla, ha declarado con la solemnidad de las grandes ocasiones: "Si hay un clamor popular me presentaré a las elecciones generales". Quiso así dejar claro que, pese a su derrota, seguirá en activo, probando suerte esta vez en el Congreso de los Diputados. Para servir a Cantabria, naturalmente.

Pero sólo "si hay un clamor popular". Esta mágica frase suelen utilizarla los políticos como justificación de sus decisiones más relevantes. Lo malo es que no hay un medidor objetivo de los clamores populares, de modo que cada cual lo interpreta según su criterio y conveniencia. El indicador más aproximado sobre el clamor del pueblo serían las elecciones más recientes. El pueblo cántabro clamó con sus votos del 22-M por la retirada de Revilla de la presidencia y su sustitución por el PP. Ése es el instrumento más certero del que disponemos en materia de clamores populares.

Pero la clase política no se conforma. Es experta en la fabricación de clamores populares a medida. Solamente así se explica que haya alcaldes que, recién derrotados en las urnas, se muestren convencidos de que se ha desatado un clamor contra el que los derrotó y empiecen a maquinar mociones de censura y otras maniobras más o menos democráticas que les devuelvan el sillón municipal. Milagrosamente, el pueblo que les acaba de negar su voto ya se ha arrepentido y es un puro grito estruendoso para que vuelva, dicen ellos.

Aquí confluyen varios factores. Por un lado, la capacidad de autoengaño de los seres humanos es ilimitada: uno siempre escucha lo que quiere escuchar. Por otro, la ambición y la vanidad halagada desactivan todas las alertas y desarman al menos inmune. En tercer lugar, la vida política es tan endogámica, absorbente y claustrofóbica que difícilmente permite a sus protagonistas salir del círculo de los aduladores, partidarios y clientes. Y cuando pisan la calle magnifican la importancia de los saludos, abrazos, parabienes y sonrisas que reciben de la gente corriente. Nunca se preguntan si no son muchos más los que les vuelven la espalda, se apartan de su camino o, simplemente, los ningunean.

Siempre me acuerdo del cabreo de Julio Anguita -no como alcalde de Córdoba, que sacaba muchísimos votos, sino como candidato de IU- cuando, después de un traspié electoral, no podía andar más de veinte metros sin que alguien lo parase para decirle que le había votado. "Si me hubiera votado la mitad de los que me paran, hoy sería presidente del Gobierno", lamentaba. Si Revilla se presenta a las generales será porque se crea a pies juntillas ese clamor popular que él mismo se construirá hasta entonces.

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