HABLANDO EN EL DESIERTO

Francisco Bejarano

Cláusula democrática

No han cambiado en el mundo demasiados enquistes mentales desde que se desmoronaron las principales dictaduras socialistas del mundo, llamadas democracias populares. No bastó el fracaso del sistema para hacer ver una verdad a los discretos: la especie humana tolera, por conveniencia o por las ilusiones que despiertan las novedades, regímenes dictatoriales de diferentes tipos, pero soporta de mala gana el aburrimiento y se lo quita de encima en cuanto puede. Pero lo que aguanta peor es que se le diga cómo debe pensar, porque no hay mayor esclavitud que la de la mente, ni la esclavitud real de las cadenas y el látigo, ni la pobreza o el trabajo penoso, siempre que haya un terreno en el que los hombres se desenvuelvan libremente. Las libertades no vienen de unas leyes para regular la Libertad, sino de una convicción particular, de un sentimiento íntimo. Cada uno de nosotros sabe cuándo es libre o no y hasta dónde.

Los países iberoamericanos reunidos en una de esas cumbres que terminan, como mucho, en declaraciones abstractas y buenas palabras sin remediar gran cosa, han impuesto una 'cláusula democrática' a todos sus miembros que ha quedado en casi nada: un país quedará excluido de las reuniones si en él se ha dado un golpe de Estado y no se respetan la constitución y el espíritu democrático. La idea ha salido de los bolivarianos a la que se ha unido Méjico, que lleva cerca de un siglo convencido de que disfruta de un régimen de izquierdas, y excluye a Cuba pero condena a Honduras. El castigo, se aclara, será sólo cuando haya intentonas golpistas, no en el caso de golpe de Estado al modo de Hitler, desde el poder, cambiando la constitución y las leyes para hacer eterno el mando. Los regímenes bolivarianos están muy contentos porque se mantendrán un milenio y, de paso, toman represalias contra el parlamento hondureño por haber impedido legalmente que el club de las dictaduras bolivarianas aumentara.

Las tiranías establecidas desde el poder torciendo las leyes les dan a la plebe la ilusión de ser libres. Tranquiliza algo saber que los socialismos sudamericanos, y otros pocos que quedan por el mundo, son residuales, aunque no inocuos, como el coreano del norte, y que por ahora no hay socialismos populares en ningún país que signifique algo en el concierto de las naciones. En realidad estos izquierdismos lo son de nombre y de vocabulario, y se mantienen con una policía ideológica y un ejército depurado y sumiso. Duran lo que duran a base de demagogia y temor, pero los modelos de sociedad que combaten resurgen intactos a sus espaldas. El fracaso de los socialismos, incluso los más civilizados y democráticos, es la causa de seguir creyendo que el Estado puede asumir el papel que le corresponde a la sociedad por sí misma, por lo que es prudente desconfiar de quienes aseguren tener la solución política para las aspiraciones humanas.

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