Coldplay

El auge de estos eventos da la razón a los Rolling Stones, inventores de la fórmula

Andábamos todos agobiados por el fin del verano y los negros presagios sobre un cuarto trimestre devastador en el que la inflación y Putin nos iban a dejar a oscuras y sin calefacción, cuando el grupo inglés Coldplay anunció que sacaba a la venta las entradas para dos conciertos en Barcelona el lejano mes de mayo. Y en breves minutos se agotaron. Miles de personas se habían apostado frente a su ordenador o móvil para, organizados en grupos, intentar acceder a una de las 75.000 localidades que se pusieron a disposición de sus bolsillos. Al día siguiente, los organizadores anunciaron dos días más para atender tal copiosa demanda, por lo que al final serán cuatro los conciertos que dará el grupo comandado por Chris Martin en la capital catalana dentro de nueve meses. Una barbaridad en tiempos de crisis, que dista aún de los seis que dieron en Buenos Aires. Como proclama una de sus canciones más conocidas: ¡Viva la Vida ¡porque quienes compraron las entradas son un ejemplo del optimismo que tanta falta nos hace. Están convencidos de que llegarán a Mayo. El resto tenemos dudas.

El negocio musical pareció entrar en crisis letal cuando los discos dejaron de venderse, las descargas ilegales se generalizaron y las tiendas que antaño ocupaban el centro de todas las ciudades, fueron sustituidas por franquicias de ropa para jóvenes. Pero llegó el streaming, Spotify e iTunes, y los dueños de los derechos descubrieron en las series de televisión un lugar donde poder explotarlos. Le siguieron las películas y sobre todo la publicidad. Había vida tras el desastre. Ya nadie compra CD, ni vinilos, pero todos llevamos nuestra discoteca en el móvil. Y por supuesto, quedaban los directos. No el de los recintos pequeños, sino los conciertos en estadios repletos de fans tarareando canciones que se saben porque son la banda sonora de sus vidas. El auge de estos eventos da la razón a los Rolling Stones, inventores de la fórmula cuando se dieron cuenta de que no vendían discos, pero sí tickets para sus conciertos. Es verdad que la mayor parte de quienes participan de ellos son viejas glorias convertidas en grupos tributo de sí mismos , que se refugian en la nostalgia de quienes al escucharles creen rejuvenecer; pero la fórmula funciona, porque convencidos como estamos de que esto de vivir como lo hemos hecho hasta ahora se puede acabar en cualquier momento; que el final al menos nos coja juntos, celebrando con alegría la aventura que es la vida , bailando y tarareando las canciones que un día nos hicieron pensar y sentir que todo era posible. Nos equivocamos, pero que nadie nos quite un último baile.

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