Aunque con el drama infinito de la pandemia encima -a pesar de que cada vez nos acordemos menos de que han sido, como pocos, treinta mil muertos - y con lo que queda por venir, ese agujero negro de la crisis económica -dicen que el miedo tiene color de agujero negro- de tan terribles consecuencias, desgraciadamente nuestros políticos andan inmersos en lo suyo, siguen yendo a lo suyo; mirando sólo para lo suyo. Unos, con la mayor desfachatez, con el cinismo marcado en sus rostros, queriéndonos contar milongas que no se creen ni ellos mismos -miren las imágenes de sus correlegionarios cuando el Sr. Presidente del Gobierno aparece con esa carita de niño mentiroso que todos saben que lo que dicen se lo está inventando para no ser castigado- y contando apoyos para ver cuánto tiempo más pueden seguir mandando. Otros, los de enfrente, buscando que aquellos se estrellen y, además, deseando que se estrellen, no para bien del país y poder ellos ofrecer algo mejorable; no, quieren el desastre para el hundimiento de los otros. El bien común, el vencer conjuntamente al virus, el juntarse para que la negrura -insisto, esa que tiene color de agujero- se difumine, para que lo que se avecina sea más soportable, eso sólo se quiere de boquilla. En otros lugares y en otros tiempos, cuando la guerra y la destrucción había desolado países enteros; todos; sí, todos; los blancos y los verdes, los ricos y los que todo habían perdido, se pusieron manos a la obra -nunca mejor dicho- y en poco tiempo levantaron un país y lo hicieron grande. Acuérdense de la Alemania tras la Segunda Guerra Mundial. Pero nosotros vivimos aquí. Sí, apocalíptico me dijeron. Pues será eso, pero, por Dios, que llegue pronto la vacuna. Puede que si no, la paleta sólo tendrá colores de agujero.

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