Gafas de cerca

Tacho Rufino

jirufino@grupojoly.com

Comeremos camarones

Casi todo acaba cansando, y a tal verdad le pusieron título economistas británicos como David Ricardo y Thomas Malthus: Ley de los Rendimientos Decrecientes. Una hora extra de gimnasia de salón no produce una tableta abdominal proporcional a esos sesenta minutos de más. El cuarto vaso de agua tras una sesión de cardio -que es como perder el resuello, pero con lycra y reloj con GPS- no quita la sed, sino que puede causarte arcadas. En estos días de gran incertidumbre por la sorda acometida de la bestia vírica, tras una semana de confinamiento doméstico, los buenos propósitos también se someten a la ley de los rendimientos decrecientes. Adquirir o retomar el hábito de la lectura no es tan fácil, y las novelas desempolvadas de los anaqueles comienzan a recuperar polvo encima de la mesa camilla. Netflix puede causar hartazgo, y bien puede que acabemos hocicando con el telefilme alemán de la sobremesa. Los aplausos a los colectivos heroicos de la crisis en curso van remitiendo, dando paso, ay, a la zozobra de saber que el bicho ha atacado a una vecina de la calle de atrás. Las bromas, los vídeos caseros -nunca mejor dicho-, los diarios privados en red social -una contradicción muy contemporánea- envejecen desigualmente, o malamente sin más. La gran red de telefonía móvil de España -y disculpe el mundo rural- da señales de saturación.

Decrece el buen rollo, como los rendimientos marginales de la Economía Clásica. Los equipos sanitarios pasan de la coreografía didáctica a contener las lágrimas apenas ante las cámaras. Enloquecido por su encomienda divina, Torra se da aire de un dulciniano de El nombre de la rosa, pero en indepe y con gafas de pasta y terno elegantón, y él y sus pretorianos no dudan en utilizar el dolor colectivo para su guerra nacionalpesetera: pero él también cansa, y va al banquillo. Que le birlen el color amarillo para la campaña estatal por la emergencia le ha sentado muy mal. En fin; es normal que la euforia dé paso a una etapa más racional, aunque menos divertida. Un psicólogo diría que es una fase natural de un proceso terapéutico. Como los rendimientos, casi todo en la vida está sujeto a un ciclo, o sea, a un tránsito sucesivo: nacimiento, expansión, madurez y muerte. Avanzamos, aunque asumamos el temor. Toda catarsis es a la postre purificadora. El subidón es sólo la primera fase de este ciclo, como esperamos que lo sea la vida del coronavirus. El verano está ahí al lado. Y en la playa atestada, comeremos camarones a puñaditos, todos del mismo cartucho, cada uno con sus dedos desnudos.

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