Cada Navidad se repiten, según el rígido protocolo, las comidas o cenas de empresa. Qué bien. Todo lo que se repite es síntoma de que seguimos vivos y de que, Virgencita, nos hemos quedado como estábamos. Es motivo de celebración. Estos eventos se repiten no sólo en el tiempo, sino en el contenido. Sus conversaciones, su menú, sus trajes, sus chistes, sus alegrías y sus melancolías son idénticas de año en año. No desentonará, pues, que recupere algunas ideas mías de hace tiempo.

La Guardia Civil había preparado un dispositivo de vigilancia para controlar los finales de fiesta de los almuerzos o cenas de empresa y yo, apartando de un manotazo al anarquista que llevo dentro, me alegraba de que nuestras autoridades pusiesen todo de su parte para que las celebraciones acabasen bien. Y trataba de contribuir. Por repartirnos el trabajo, que las autoridades se concentrasen en el final, también las de Hacienda, cobrando bien el IVA de la factura, que ya hablaría yo de los principios. Es importante llegar conscientes (además de salir conscientes) de lo que significa este evento. Es lo que ahora quisiera recordar.

La postura clásica del escritor, que, por naturaleza tiende a la misantropía y por oficio al sarcasmo, suele ser crítica, pero, en verdad, la comida del trabajo no se justifica sólo por la abundante literatura satírica que produce. Tiene trascendencia en sí misma. Lo ideal es que la pague la empresa, porque así cumple al 100% su papel profundamente democratizante. No sólo los jefes comen de gañote. Un día al año (como en carnaval) el privilegio se extiende a lo bajo y ancho del organigrama. Estamos ante una comida de negocios con antifaz.

Pero incluso aunque la empresa no se retrate, el evento sigue siendo imprescindible. Es la celebración del compañerismo. Que uno se pase el año codo con codo con los que almuerza o cena no le quita sentido, como sostienen algunos. Todo lo contrario. Nadie pondría peros a la Navidad porque la cena sea con nuestra familia de toda la vida. Cuanto más estrecho es el trato, más requerimos el rito. Y si en el año, entre tanto codo con codo, se escapó algún que otro codazo, más aún. Quedará claro entonces el poder taumatúrgico de la fiesta. El amor es lo más, la familia es sagrada, la amistad es eterna, pero el compañerismo de buena ley también vale lo suyo. Brindemos por él -chin, chin- por todo lo alto (sin olvidar a la benemérita).

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios