Cambio de sentido

Comistrajos

Hemos pasado del "yo sí como patatas" a mirar el vino al trasluz y concluir con cara de expertos: "Es tinto"

Hay algo de obsceno y adulterado en esos shows de cocineros que echan por la tele, en esos programas de chefs siesos y guión inverosímil donde es posible ver a El Cordobés amedrentado al trinchar un pollo. Nos proponen jugar a las cocinitas en una única versión: la empresarial, profesional, estresante y sofisticada. Nada hay de doméstico y cotidiano en ello, ni nada de honra al alimento ("Al pescado no lo abras sin amarlo primero", decía Quiñones). En este ideal dan entrada a esos hombres que nunca pisaron la cocina, la auténtica "habitación propia" que han tenido muchas mujeres. Hasta hace poco, los programas de la tele y la radio y la receta del periódico tenían como ingrediente lo práctico, lo posible, el avío. Ahora se despachan espejismos precocinados. Mientras en la Ser Martín Berasategui explica cómo reducir el caldo de bogavante, una madre en su cocina se las compone para obrar el milagro de los panes y los peces. No quiero con esto dejar de celebrar -al contrario- la creatividad en los fogones ni a las gentes que hacen de ellos vida y labor propia. Sólo constato que del "yo sí como patatas" hemos pasado a menear la copa de vino y mirarla al trasluz para concluir con cara de expertos: "Es tinto".

El ascenso de la gastropamplina coincide con la pérdida progresiva de la costumbre de guisar todos los días. Para mi abuela -que me da hermosos consejos de cocina como este: "Freír la cebolla hasta que pierda el orgullo"- pensar qué pone hoy de comer, aunque ya sea para ella sola, es imprescindible, como imprescindible la servilleta de tela, el cesto del pan, su navajilla. En ello hay cultura. Sin desdeñar otros sabores ni la fruslería molecular, añoro el tiempo en que comía productos de temporada y del terreno nutridos con estiércol, saboreaba carnes en carnaval, potajes de cuaresma y aceitunas en estas fechas, y entendía sin problema que el chivo que yo misma alimentaba era para comérnoslo. Aún no le sabía llamar a esto "dieta mediterránea", "proximidad", "ecológico", "sostenible", "natural". Sin etiquetas, todo era más barato.

Miro el diccionario: "Comistrajo: 1. Mezcla extravagante de alimentos. 2. Comida mala, mal hecha o que tiene mal aspecto". Por una u otra acepción, ya sea por no guisar o por emular a los malajes de la tele, a menudo andamos engullendo comistrajos. Después de escribirles esto, por coherencia, hoy no me queda otra que comer caliente. Lo digo por si gustan. A las tres echo el arroz. ¿Cuántos vais a venir?

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