hace un tiempo, Amancio Ortega, dueño de Inditex, y uno de los hombres más ricos del mundo, donó 20 millones de euros a Cáritas para atender necesidades sociales.

Este hecho mediático pone sobre la mesa un sentimiento muy extendido en estos momentos de crisis: la compasión. Victoria Camps, en su libro El gobierno de las emociones, Premio Nacional de Ensayo 2012, hace un estudio de esta emoción del ser humano.

Considerada, desde la perspectiva filosófica, como una emoción natural y espontánea, la compasión es expresión de la debilidad humana, y surge como el deseo de hacer el bien, de atender a los seres cercanos que carecen de lo esencial, sean bienes materiales o no, en definitiva, es un signo de humanidad. Hoy, la compasión "institucionalizada" adquiere otros sinónimos: caridad, solidaridad, fraternidad, etc.

El dilema surge cuando en un mundo avanzado, asentado sobre principios generales y universales, la compasión actúa como elemento sustitutivo de la justicia. El Estado moderno, y las instituciones privadas, tienen en la justicia uno de sus pilares para el logro de una sociedad más equilibrada y menos desigual. Así, corresponde a todos los ciudadanos, conforme a los derechos fundamentales, un tratamiento igualitario que reduzca al mínimo el conjunto de desigualdades que se producen en el ámbito social. Por tanto, la protección al desigual, al desfavorecido, al necesitado, debería imponerse como norma de justicia universal.Siendo la compasión una virtud necesaria, pues es expresión de la bondad del ser humano y de su capacidad de empatía, cuando este sentimiento lo que hace es cubrir las fisuras, las obligaciones que, por justicia, corresponden a las instituciones, saltan todas las alarmas. Y no es que compasión y justicia no puedan convivir en armonía, no. La compasión siempre va a existir y siempre va a llegar más allá que la justicia, pues el sentimiento humano, felizmente, es más comprensivo y dinámico que la acción de las instituciones.

El problema se plantea cuando, como ocurre en estos momentos, el Estado y otras instituciones hacen dejación de sus obligaciones y renuncian al cumplimiento de los deberes y derechos que tienen contraídos con los ciudadanos, especialmente con los más débiles. Entonces, el derecho básico a la protección se transforma en humillación: a los desfavorecidos, cada vez más numerosos, solo les queda el remedio de aceptar una caritativa deshonra.

Afortunadamente, la compasión puede convertirse en un elemento de denuncia contra la inanición y la impostura de algunos, provocando, en muchos casos, la indignación. 1116 personas son las víctimas, hasta ahora, de la tragedia ocurrida en un edificio que albergaba fábricas textiles en Bangladesh, en las que trabajan a bajo coste para las grandes multinacionales textiles. Se calcula que Inditex emplea en Bangladesh a más de 223 mil personas. Al contrastar este hecho y el enunciado al comienzo, se observa que, a veces, filantropía y compasión solo son hipócritas e inhumanos recursos publicitarios.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios