Complejos y complejidad

La brecha maternal es la gran olvidada (por su tamaño y por el de su olvido) de todas las reivindicaciones sociales

Bertín Osborne pidió que le dijesen un solo derecho que en la España actual tuviesen los hombres y no las mujeres. Le han enviado que en El Corte Inglés la media de sueldos de los hombres es superior a la de las mujeres. Es una respuesta tramposa, porque eso no surge de la vulneración de derechos individuales ni cabe duda de que habrá otras empresas o sectores de la administración donde las medias salgan al contrario. Incluso en la de El Corte Inglés, si en vez de contar salarios, se cuentan puestos de trabajo, que también son muy necesarios, la falta de paridad se invierte.

Pero no quiero distraerme. Aquí no estamos para echarnos en cara nada, sino para dar la cara por la justicia. Miremos lo de los sueldos.

Es evidente que esas diferencias salariales no nacen de ninguna discriminación laboral, porque, en ese caso, ya estarían en el juzgado o por denuncia sindical o a instancia de parte o de oficio de la inspección de Trabajo. Responden a diferencias de puestos, de complementos o de incentivos perfectamente legales. Y entonces tenemos que preguntarnos qué hacemos.

¿Prohibir los incentivos? ¿No se incurriría -ahora sí- en una discriminación, además de desmotivar a quienes voluntariamente trabajaban más horas o en puestos más duros o en peores horarios? ¿Podemos prohibir o restringir a los hombres los trabajos que generan más complementos? ¿O imponer una paridad milimétrica para cada puesto y circunstancia de trabajo?

¿Hemos considerado, además, que muchas de esas diferencias salariales se producen también dentro del mismo sexo y de forma más acusada? La diferencia entre trabajadoras solteras y casadas con familia a su cargo es mayor aún que entre mujeres y hombres. No en El Corte Inglés, que no sé, sino en general, en el mundo. Sin embargo, una obsesión por equiparar a toda costa las contabilidades entre los dos sexos oculta esa brecha maternal. Y la agrava.

Es necesario cambiar el mercado, las estructuras productivas y las condiciones y las actitudes en muchas empresas, que hacen que tantas mujeres profesionales altamente capacitadas no deseen seguir un ritmo llamado coloquial y significativamente «la carrera de ratas». Pero eso tendría un considerable coste económico y una laberíntica complejidad jurídica y organizativa. Para afrontarlo no ayuda nada la simplificación, la repetición de mantras, complejos y medias verdades, ni las estériles disputas repetidas.

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