Tierra de Nadie

Alberto Núñez Seoane

Comunismo y revolución

Comunismo y revolución

Comunismo y revolución

La doctrina comunista no existe como tal, en cuanto proyecto posible. Los argumentos teóricos con los que los defensores de esta causa tratan de fundamentar sus actuaciones, no van más allá de simples instrumentos, que no ideologías ni postulados ni mucho menos pensamiento, para conseguir un fin.Es cierto, ocurre a veces, se dan dos tipos de activistas dentro de lo que podríamos considerar como el credo común a una supuesta familia comunista, que no es tal: por una parte están los que conocen perfectamente los mecanismos y, por ello, son conscientes de la impracticabilidad en esencia de sus teorías, asumen la imposibilidad de su encaje con la dignidad humana y saben, con certeza, de las funestas consecuencias para el pueblo, al que se supone quieren defender y ensalzar, que sobrevendrán al lograr su implantación; a pesar de todo ello, como en realidad no es el pueblo, ni sus componentes a los que gustan llamar “proletariado”, lo que les preocupa, se mantienen firmes en su “lucha” pretendidamente social e igualitaria.

Por otro lado están las gentes “de buena fe”, personas que hastiadas de los excesos de un capitalismo salvaje, indignadas por las tremebundas desigualdades sociales, desoladas por la parcialidad manipulada y prevaricadora de una justicia que es de todo menos justa; buscan con desespero una vía alternativa a la sociedad burguesa implantada en el mundo dominante, pelean por encontrar y establecer una opción diferente a la que el materialismo socializado, que ha llegado hasta nuestros día disfrazado de liberalismo progresista, ha monopolizado la civilización en la que somos. Aquellos –de los que vengo a escribir-, no se equivocan, saben muy bien lo que persiguen y a donde quieren llegar; éstos, de los que diré en otra ocasión, estarán siempre condenados al desengaño, a la angustia de saberse –antes o después- traicionados en sus honestas aspiraciones, legítimas por sociales, solidarias y humanas, pero del todo inalcanzables si la doctrina con la que se pretenden lograr es la que instauró Lenin y corroboró Stalin. El populismo tras el que ocultan sus verdaderas pretensiones sólo congenia con el látigo que esconden bajo sus casacas, parcas o sudaderas.

La revolución, “su revolución”, es el caballo de Troya, utilizado ciento y una veces a lo largo de la Historia, con el que el comunismo, enmascarado o no, infecta a una sociedad fácil. Fácil porque se siente hastiada, descontenta y angustiada. La revolución es el instrumento con el que prometen revertir la injusticia, someter al capital: siempre poderoso, siempre envidiado, enaltecer al obrero, restituir la igualdad… Lo cierto es que esa “revolución” sólo implicará tiranía y sometimiento, totalitarismo, sufrimiento y desesperanza. Conducirá, sin remisión, a la falta absoluta de libertad, condición primera –y, si me apuran, casi exclusiva- para la nihilización irreversible del hombre como persona; primer peldaño de una escalera -con un solo peldaño- hacia el infierno que supone tener que vivir sin futuro, respirar sin esperanza, existir sin ilusión.Los medios “revolucionarios” -aquellos de los que se sirven los impostores que la utilizan y la venden como lo que no es- han ido cambiando, se han sabido adaptar a los tiempos -de no haberlo hecho se habrían disuelto en el acontecer de nuestro mundo-, pero la codicia da alas a quien no pretende volar e ideas a quien las quiere secuestrar.

La ambición del hombre es inconmensurable, y esto, que podría ser, y lo es, una fuerza capaz de llevarnos a conseguir los más impensables retos, también supone el veneno que emponzoña un destino maldito. Fomentar la división, sembrar el descontento, utilizar –sin escrúpulo alguno- la mentira, instaurar la violencia en las calles, provocar la bancarrota del Estado -con un gasto público inasumible-, controlar y manipular los medios de comunicación… una ofensiva en toda regla, una “revolución” adaptada a las “armas” de las que hoy pueden disponer, sin levantar excesiva alarma, en el marco de una Europa que no permitiría un levantamiento “al viejo estilo”; un directorio “inventado”, hace muchos años ya, por quien llevó al mundo a una de las peores tragedias de su Historia: la Unión Soviética, abismal fracaso, uno más, del hombre como individuo libre, de la persona como ente autosuficiente para desenvolverse, sirviéndose de su libertad, en su existencia.

Hace falta pensar, habría que hacer pensar al que no lo hace. El tesoro más espléndido del que disfrutamos es nuestra libertad. Sirviéndonos de ella, hemos de tomar las decisiones y asumir las determinaciones que, por encima de cualquier otra cosa, nos permitan seguir siendo libres. Los enemigos de la libertad, en todas sus formas, modos y maneras, siempre estarán en contra del desarrollo y culminación de nuestra capacidad de decidir, es lo único que puede frustrar sus planes. De nosotros depende porque de nosotros puede depender: no hay instauración posible para el comunismo, sin revolución o sin “revolución”, y ninguna de las dos son el camino para un hombre que aspire a ser real e intrínsecamente libre.

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