HAY un equívoco que reclama a voces ser deshecho con urgencia: que el alcalde de Puerto Real ha sido condenado por la Audiencia Nacional por sus ideas republicanas. Más genéricamente, que en España uno no puede defender la República como forma de gobierno porque las leyes te castigan. Tal suposición ayuda mucho al victimismo que algunos se trabajan en esta sociedad en la que los culpables siempre son los otros.

Nada de eso. Si a José Antonio Barroso lo hubiera multado el juez central de la Audiencia por su republicanismo, por criticar al Rey o por proclamar la obsolescencia de la monarquía en la España actual, yo firmaría un manifiesto en su defensa sin dudarlo un instante. Su condena sería un atentado a la libertad de expresión, que me encanta como ciudadano y, además, necesito por mi oficio, y una merma en el pluralismo sin el cual no existe el sistema democrático. Lo mismo que haría si a alguien lo metieran en la cárcel por propugnar la independencia de su nacionalidad, región o incluso poblado (que de todo hay), por más que estas ideas particularistas y aldeanas me parezcan especialmente aberrantes y reaccionarias en el mundo actual.

Frente al abogado del alcalde, que basó su defensa precisamente en el derecho a la libertad de expresión y la libertad ideológica, el magistrado sentenció con rotundidad: "Usted no tiene derecho al insulto", y le puso una multa de 6.840 euros. Ése es el tema: Barroso llamó al actual jefe del Estado crápula e hijo de crápula, corrupto y persona de vida licenciosa y le atribuyó "una acostumbrada vinculación etílica". Es estupefaciente que ahora nos presente esos eructos dialécticos como aportaciones personales al debate sobre monarquía y república en España y directamente maravilloso que diga que sus convicciones republicanas y comunistas no le permiten la injuria y que nunca pretendió insultar al monarca. ¡Pues menos mal!

Lo peor que le puede ocurrir a la monarquía española, encarnada por los Borbones, es que la institución se aleje de los ciudadanos, sea secuestrada por una clase social y la coloquen en una urna sagrada sólo destinada a la veneración y sin margen para la crítica y la contestación. Ahora bien, detrás de la crítica debería haber algo parecido a un pensamiento, unos argumentos que la sustenten y un razonamiento que la explique. Sustituir todo esto por la grosería, la zafiedad, la brocha gorda y la demagogia tal vez epata a los memos y te saca en los periódicos, pero tiene escasa fuerza para transformar la historia y cambiar el rumbo colectivo.

Con republicanos como Barroso hay que sospechar una larga vida a la dinastía borbónica reinante.

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