Desde la espadaña

Felipe Ortuno M.

Conflicto social

Las sociedades son conflictivas por definición, y viven en permanente tensión por el hecho mismo de vivir juntos y tener que adecuar la convivencia y los intereses comunes. El problema no es la tirantez, sino el modo que tengamos de afrontarla y solucionarla; de este modo las rupturas tendrán modos diferentes de ser curadas, sin que el remedio se eternice, como una escayola durante largo tiempo, que puede llevar a una atrofia muscular. Ya digo, los conflictos son inevitables y para ello hay que tratar adecuadamente su sanación intentando que en el proceso nadie pierda su dignidad. Es evidente que el modo de afrontarlos dependerá, en gran medida, de los distintos posicionamientos subjetivos que haya: habrá quien se derrumbe, quien se conforme, quien entre en pánico, los habrá utópicos, realistas, flemáticos, revolucionarios… los escépticos o los acusadores permanentes que se sacuden las moscas con imputaciones indirectas…Hay, como veis, tantas posiciones como tipologías haya. En cualquier caso, se tratará de solucionar el conflicto para evitar males mayores.

Estamos viviendo una sociología compleja y enredada, unas políticas erráticas y maquiavélicas, que, con alianzas y coaliciones antinatura, están consiguiendo una desafección social importante. Todo marcha, dirán algunos, pero no hacia donde se debe. Las políticas sucedáneas e insustanciales, como el mal café, nos está situando en luchas reiteradas y combates abiertos sin que después de tanto tiempo llegue la calma, como diría un buen refrán quijotesco. No vemos comprensión ni tregua alguna por ningún costado. El pueblo se resigna y sólo los más exaltados manifiestan la locura por las calles ¿Dónde vamos? La paz social es sólo de una aparente armonía y uno sospecha que, como en los volcanes, pueda reventar con una erupción en cualquier momento. La sociedad está bloqueada y vive una sospechosa resignación de vaso colmado ¿Qué pasará? Las broncas sociales son cada vez más febriles, incluso dentro del seno íntimo y familiar. Los ya maduritos albergamos cierto miedo en las confrontaciones, asustados de tanto conflicto social. Llevar razón o reconocer estar equivocado no es ya razón suficiente, y ni comprender las razones del otro sirve siquiera para calmar la violencia que brota como un espumoso descorchado. Está quedando en entredicho la posibilidad de ejercer la libertad si en ella esgrimimos una opinión que no sea políticamente consentida por los gurús del bandolerismo reinante. No sé qué pensar sobre esta dislocación social a la que estamos concurriendo. Los esquemas se me rompen, por más que la mente quiera ser flexible y abierta. Las situaciones vividas provocan en mí una distorsión mayor en el modo de afrontar el análisis posible en medio de tanta herejía y locura institucional. Sólo veo un peligro inminente que amenaza la tranquilidad social. Da miedo decirlo por no hablar de la horca en casa del ahorcado, como los maleficios mágicos, que parecen cumplirse cuando se les invoca.

Los prejuicios y las diferencias están adueñándose de nosotros: viejos contra jóvenes, izquierdas contra derechas, intelectuales contra menestrales, liberales contra conservadores. A la sociedad la estamos bipolarizando entre listos y tontos; a la vez que el prejuicio se está instituyendo como arma letal de ataque. Perseguidores y perseguidos, víctimas y victimarios. Aquí no hay neutralidad, nadie está fuera de escena, porque de una manera u otra todos estamos vinculados a la política, como lo estamos a los sentimientos, tanto como a las vivencias sufridas y sobrellevadas. De aquí no se escapa nadie y no cabe ni el silencio ni el consentimiento. Hay que tomar postura crítica y comprometida, si no queremos que se inviertan los papeles y seamos cómplices de tanta impostura y tanto desacato.

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