Habladurías

Fernando Taboada

Confusión en la red

LO dice una encuesta. El 95% de los padres europeos ha sorprendido alguna vez a sus hijos visitando páginas pornográficas en internet. Ante una cifra así de rotunda, la pregunta es obligada: ¿cómo es que un 5% no los pilla nunca? ¿Acaso han educado a sus hijos en alguna suerte de misticismo? ¿Es que los chicos caen en la tentación pero se las avían para burlar el control paterno? ¿O simplemente carecen en sus hogares de conexión a la red?

Casi ningún periódico se ha hecho eco y es natural, porque los periódicos tienen la costumbre de publicar noticias y la noticia sería que el 95% de los padres sorprendieran a sus hijos adolescentes aprovechando la soledad del dormitorio para consultar biografías de poetas ultraístas, pero no es el caso.

Lo grave es que en la red, aparte de estas páginas para adultos donde se aprende tanto de anatomía, nuestros adolescentes tienen la posibilidad de encontrar además otros contenidos que rebasan el margen de la anécdota. Basta con teclear ciertas órdenes de búsqueda para encontrar imágenes de linchamientos, peleas de perros o escenas tan edificantes como la de un chalado dando lecciones sobre cómo conducir a 300 por hora con una mano mientras con la otra lo graba en vídeo.

Internet es una herramienta, qué duda cabe, pero mientras nuestra relación con unos alicates o con una llave inglesa es relativamente sencilla, la relación que mantenemos con esta herramienta que es la red parece más retorcida. De entrada, a internet se accede mediante un aparato que sirve para casi todo. Porque el ordenador tiene la particularidad de ayudar a hacer un trabajo del colegio sobre mamíferos acuáticos con la misma eficacia que sirve para amenazar de muerte al compañero de pupitre que se negó a soplar las respuestas del examen de Ciencias.

Muchos jóvenes emplean internet de manera inofensiva: hablan de sus zapatillas, de sus juegos, de sus zapatillas otra vez, que tampoco hay tantos temas, o cambian impresiones sobre el futuro de la Humanidad (como cuando se preguntan unos a otros qué van a comer de cena.) Sin embargo, otros más puñeteros utilizan esto que llaman las redes sociales para publicar fotos de sus antiguas novias en pelotas. O para decirle a los novios que tienen ahora esas antiguas novias que los van a coser a puñaladas, y no caen en la cuenta de que las amenazas de muerte, cuando se hacen en pijama, delante de un ordenador, no dejan de ser amenazas de muerte y tienen su hueco en el código penal.

Pero hay que entenderlo. Los chavales se arman un lío después de estar delante del ordenador ocho horas seguidas. Si empiezan matando marcianos, lo usan después para alentar sus fantasías sexuales, y luego ganan por K.O. un combate de boxeo virtual, es lógico que cuando entren, para rematar la sesión, en una red social, ya no tengan nada claro si pilotan una nave espacial, si son actores de cine porno o matones a sueldo, y pasen por alto que, al decir al empollón de la clase que lo piensan majar a palos, la cosa tal vez no acabe cuando apaguen la pantalla.

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