Constitución

La Constitución necesita cambios, pero hay que hacerlos con inteligencia. Y no andamos sobrados de ella

Puede ser cierto que hayamos mitificado en exceso la Constitución de 1978, ya que tiene imperfecciones y lagunas, y además incluye muchos artículos que no se cumplen, en especial el del derecho a la vivienda. Todo eso es cierto. Pero también hay una cierta tendencia entre nosotros a confundir los textos legales con la vida real, de modo que si en algún sitio se estipula que una cosa debe ser así, ya creemos que automáticamente, por arte de magia, esa cosa ya existe en la vida cotidiana. Durante la República, por ejemplo, las calles se llenaron de nombres como Prosperidad, Hermandad, Libertad, Felicidad. Hermosos nombres, sí, pero las escuelas seguían siendo cuchitriles insalubres, por no hablar de los jornales miserables que ganaba la gente. Habría sido mucho mejor que las calles llevaran nombres anodinos -calle 1, avenida 7-, y que en cambio las condiciones de vida fueran cien veces mejores. Pero a nosotros nos fascinan esas cosas: cambiar nombres de calles y hacer declaraciones rimbombantes que luego no significan nada.

Eso explica, imagino, que ahora haya tanta gente que exige blindar determinados derechos en nuestra Constitución. Hay quien dice, por ejemplo, que se deberían blindar otros muchos derechos aparte del derecho a la vivienda. El derecho a un trabajo digno. El derecho a elegir un trabajo. Estas cosas. Sí, de acuerdo, eso estaría muy bien, pero la pregunta es: ¿y quién tendría derecho a la vivienda? ¿Todo el mundo? ¿O sólo determinadas personas que ganasen una cantidad determinada? El problema es que estas decisiones crean agravios comparativos que pueden enconar los problemas en vez de resolverlos. ¿Tendrían derecho a una casa todos los inmigrantes que llegasen a nuestro país? ¿O sólo los autóctonos? ¿Y por qué unos sí y otros no? ¿Se imagina alguien la cantidad de disputas legales que se crearían con estas decisiones? En realidad sería mucho más útil que hubiera un organismo público de construcción de viviendas a bajo precio o con alquileres reducidos. Una especie de Instituto de la Vivienda. Eso es algo perfectamente factible y muy necesario, pero nadie ha pensado en ello.

Por eso mismo hay que tener cuidado al reformar la Constitución. Necesita cambios, claro que sí, pero hay que hacerlos con mucha inteligencia. Y no andamos sobrados de inteligencia. No, para nada.

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