Conversaciones flamencas

Estas 19 conversaciones se mantenían vivísimas, sólo aguardando la voluntad que las hiciera aflorar

Rafael Sánchez Ferlosio, aunque poco dado a los elogios, no pudo moderar su entusiasmo, hace ya muchos años, ante un reportaje periodístico firmado por Arcadi Espada. Desde entonces, algunos lectores, ilusionados por la promesa revelada por el autor de El Jarama, hemos seguido su presencia, casi diaria, en la prensa. Caracterizada por no dedicarse nunca a cuestiones cómodas en las que se cumple con una simple faena de aliño. Tampoco le gusta aliviarse en burladeros desde los que basta repetir, con otras palabras, lo previsible. Como en el caso de Raval, ha recurrido siempre a un repertorio de acontecimientos que exigen audacia y temperamento. Y para cumplir en ese tipo de lidia periodística se ha visto obligado a forjarse una escritura vibrante, cáustica, en la que a veces resuena el eco lejano del trallazo de un viejo mayoral. Sólo si se poseen fuertes convicciones se permanece tantas veces en terrenos tan expuestos. Basta recordar su inagotable, lúcida y necesaria confrontación, en su propia casa, con el separatismo catalán. Y en esas trincheras difíciles ha ganado su prestigio y ahí estamos acostumbrados a verlo pelear. Hasta que, de pronto, irrumpe con algo que desconcierta: un libro de entrevistas a flamencos. Tal como si el fiero dragón, por una vez, dejara de enfilar la más pura actualidad, para detenerse, a mostrar la debilidad de una antigua querencia personal. Porque, en efecto, Molde roto. Una conversación con flamencos, que acaba de publicar Renacimiento, fue escrita por Arcadi Espada, en colaboración con su amigo Antonio España, hace, más o menos, veinte años. Y no se trata de reliquias arqueológicas, escritas en años de volátil juventud, perdidas en un cajón y que un toque de vanidad obliga a recuperar. No, no es ese el caso, ya que estas 19 conversaciones -en la que están todos- se mantenían vivísimas, sólo aguardando la voluntad que las hiciera aflorar. No han perdido fuerza, ni las polémicas que transmiten han envejecido y, sobre todo, el habla de cada personaje flamenco no se ha acartonado, y respira aún tal espontaneidad que parece haber sido recogida ayer. Por ello mismo, surge una pregunta: dado que no se trata de un manuscrito olvidado, perdido y descubierto gracias al azar. Todo lo contrario, el deseo de publicarlo siempre estuvo ahí, latente, aguardando. Entonces ¿por qué ahora y no en 1982? El mundo del flamenco siempre arrastra sus misterios. Quizás porque sea este el momento adecuado para leerlo y pase a convertirse en un libro indispensable.

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