No crean ustedes que con este título me voy a referir a la emisora de don Federico o a la de sus patronos, los obispos -incluidos el gallego de Madrid y el castrense-, que a estos los tengo en… mis oraciones. Voy a escribir de una espléndida institución donde conocí, entre otros, a Manolo Blanco. En aquellos espacios cercanos a Estancia Barrera se desarrollaba un bello programa de muchas cosas, sobre todo, de amistad, de compañerismo y de buen hacer, también de buen comer. Porque allí nos llevaba el comer entre amigos. Y allí ejercía su capacidad de buen hombre Manolo Blanco. Era de apariencia seria, ejercía de salmantino cabal, aunque ya hacía tiempo que formaba parte de los nuestros, hablaba lo justo y siempre con razón y sapiencia; sabía lo que decía y ponía los puntos cuando algunos de los demás, entre los que me encuentro, sacaba los pies del plato - nunca mejor dicho - con sus exageraciones y extravagancias. Sabía reír, sabía callar, sabía mirar y sabía, siempre, estar. Cuando las cosas se pusieron serias, él marcó rutas de sensatez para salir con bien de los atolladeros. Yo, de los más nuevos, lo traté menos; pero como a todos, me atrapó y me demostró afecto. Allí, en la Cope -de Cooperativa- había un ambiente que difícilmente luego, he encontrado. He echado mucho de menos a la gente de la Cope. Él, junto a un ramillete escogido de buena gente -ellas, María, Manoli, Margarita, Carmina, Magdalena, Inma, Mercedes. Ita…, ellos, Paco Oliva, Pepe Montero, Antonio Sánchez, Pepe Trujillo, Cristóbal Orellana, Antonio Cabral, tan extremo y tan tempranamente desaparecido para siempre, Pepe Abollo, Juan, Esteban… - supieron crear una familiaridad muy a contracorriente de lo que era habitual. Ayer me enteré de la muerte de Manolo Blanco y me dolió en el alma. De nuevo, uno de los buenos, se iba demasiado pronto. A mí, como a todos, él me hizo un tiempo muy agradable; a otros les sanó la existencia y les abrió rutas de bienestar. Descanse en paz .

A la memoria de Manolo Blanco