Javier Benítez

De Cópola a Época

Descanso dominical

No existe mujer mayor de 35 en Jerez a la que el Moli no le haya estampado un beso en la frente

23 de abril 2023 - 01:35

Marcos González era un tipo extraordinario, fuera de lo normal. En Jerez muchos lo conocían como 'tío Marcos', nombre artístico que adoptó en Los 40, donde los sábados pinchaba la música que le salía de los mismísimos vinilos. Esquivaba el férreo guión de la cadena para poner soul, rhythm & blues, música negra, y para poner de los nervios a los jefes de la emisora, que pronto terminaron rindiéndose a las genialidades que inventaba aquel chicarrón desgarbado de voz de Barry White y casi dos metros de humanidad. No lo habrán olvidado los parroquianos de La Farmacia, el pub que abrió a finales de los ochenta junto a Perico Incierte en la esquina de calle Arcos con Matadero. Bautizaron así el local porque una farmacia es el lugar donde se expende alcohol, y, ciertamente, decían las crónicas canallas que allí corrieron algunos litros, sí, pero que aquella botica despachaba bálsamos más preciados, como la devoción por los amigos, las risas hasta el amanecer y los amores párvulos. La Farmacia cerró en 1.992.

Los que no llegamos a tiempo de pisar sus tablas nos licenciamos en otros garitos míticos de la noche jerezana, cuando las primeras incursiones te llevaban a la plaza Aladro para intentar entrar en Cópola. No era fácil. Un derecho de admisión que ni el servicio de inteligencia israelí. Lo de ir con calcetines blancos estaba penado con una orden de alejamiento. Aquello no eran porteros de discoteca, eran centrales del Eibar. Otros lugares de peregrinación para los más pipiolos eran El Botijo -muy pijo-friendly- y Cometa, en Jerez 74. Para dejarte ver por avenida de México debías conquistar sus bastiones principales, La Baranda y Mool, grandes noches de gloria. Muy cerca estaba el Moët y unos años después llegaría Época, inolvidable escenario de algunos de los mejores capítulos de nuestra juventud. En Divina Pastora mandaban locales como Contraste, La Cabaña, El Paraguas y Ceda el Vaso, aunque algunas veces para llegar a esas latitudes había que esquivar cubazos de agua aliñada con lejía, gentileza de los vecinos insomnes de la urba. En el centro los santuarios siempre fueron Los Dos Deditos (no existe mujer mayor de 35 a la que el Moli no le haya estampado un beso en la frente) y La Comedia, reserva protegida para los hijos del rock and roll. Más tarde abrió Bereber, y qué cortas se hacían las madrugadas.

Eran sitios respetables, no ponían reguetón, nos vieron bailar, reír, abrazarnos, cantar, enamorarnos más de una vez; y, aunque algunos resisten el paso del tiempo, en la mayoría de ellos ahora, como diría Sabina, hay una sucursal del banco hispano americano. Allí fue donde nos dieron las diez y las once, las doce y la una, y las dos y las tres…¿os acordáis? Y otro día hablaremos de bibliotecas.

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