Indudablemente, una final Francia-Inglaterra era de más glamour que la que va a darse, pero la competitividad que ha mostrado Croacia a lo largo del campeonato bien merecía este premio. De cuantos arrancaron con España en la que se dio en llamar zona confortable, Croacia ha sido la mejor. Cantó bingo en su grupo con un rotundo 3-0 sobre Argentina, pudo con Schmeichel desde el punto de penalti en octavos y con Akinfeev en cuartos.

Supo capear el temporal que los pross originaron a partir del tiro directo de Trippier, tempranero y aparentemente letal, para irse arriba poco a poco y terminar lapidando a los inventores. Resulta confortante ver cómo la selección de un país nuevo y con una población de sólo cuatro millones de habitantes ha llegado a ese fantástico escaparate que va a abrirse el domingo a las cinco de la tarde, las seis en todos los relojes moscovitas, a los ojos del universo.

Fantástico ejemplo de un país donde el fútbol es regido desde el fútbol que emite la figura de Davor Suker. Un país pequeño, pero con una selección grande en la que abundan los futbolistas que salieron de Croacia a la Premier, al Calcio o a LaLiga a buscarse las habichuelas... y los coches de lujo. Ganó con Modric al mando de las maniobras, un niño que creció entre bombas, más la ayuda del gran Rakitic, que acudió a la llamada de la sangre y no a la de su lugar de nacimiento.

Es bueno para el fútbol que un país sin currículo llegue a lo más alto. Aguarda Francia, esa tricolor que jugará una final más en poco tiempo y que basa su potencial en la fuerza que da el mestizaje. Plagada de pieds noir y de subsaharianos de nacencia, la Francia ha ido por el campeonato a paso de oca para desembarazarse de dos campeones como Argentina y Uruguay. Quizá parta de favorita, pero viendo cómo compite Croacia, quién sabe qué saldrá del Luzhniki.