Cronología

Las fechas no son datos prescindibles, pues ayudan a trazar la secuencia de la que venimos

Hace ya bastantes años, durante su larga residencia berlinesa, el hermano Rosal nos regaló una preciosa regla de madera, de las que tienen una cara para los centímetros y otra para las pulgadas, que reproduce bajo los dígitos una relación -"Lines of Thought", dice la leyenda que figura al comienzo- donde se señalan los hitos de la historia de la filosofía desde Tales de Mileto ("c. 625-c. 545 before the Christian or Common Era, Greek Father of Science") hasta Jean-Paul Sartre "(1905-1980, French Existentialism)". Es una lista en parte arbitraria, pero a grandes rasgos resume bien el trecho que va desde los pensadores de la Antigüedad, entre quienes curiosamente se incluye a Confucio, el único no nacido en Occidente, hasta el siglo pasado, con paradas ineludibles en la escolástica neolatina del bajo Medioevo, la edad del racionalismo, la Ilustración francesa o el idealismo alemán. Y decimos bien, trecho o parte del camino, sólo 2.500 años de una travesía mucho más larga, pautados por nombres escogidos que aparecen, naturalmente, seguidos de sus fechas de nacimiento y muerte, con las que desde siempre hemos acotado el itinerario de los individuos o los sucesos grandes o pequeños de la afanosa humanidad. A despecho de los desgraciados que redactan los planes escolares, la cronología es una ciencia apasionante, muy ligada al nacimiento de la Historia que comenzó con los conmovedores registros de las tablillas, las genealogías, las relaciones de todo tipo -no sólo los acontecimientos prestigiosos, también los episodios cotidianos o íntimos e igualmente fechados- que gracias a la datación expresa permiten reconstruir periodos enteros. Las cifras 1492, 1512, 1688, 1776, 1789, 1848, 1917 o 1939, por citar unos pocos años de las edades moderna y contemporánea, representan mucho más que números y son inseparables de los hechos que evocan, aunque parece ahora que los mismos hechos estorban. No son, como en las vidas particulares, datos prescindibles, pues ayudan a trazar la secuencia de la que venimos. Quienes pretenden que las olvidemos exhiben un absurdo desprecio de la memoria -no hay una sola, sino tantas como conciencias- que casa a la perfección con el adanismo del orden imperante, empeñado en suprimir las precisas coordenadas que sirven para apreciar o relativizar los avances e identificar los retrocesos. Con su doble reivindicación de la cronología y la filosofía, la regla es un objeto modesto y a la vez muy valioso que se ha convertido hoy -ya nos gustaría usarla para azotar no a los pobres niños, como en las escuelas de antaño, sino a sus adoctrinadores los pedagogos- en un bello instrumento de resistencia.

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