No soy conspiranoico porque soy perezófilo y organizafóbico. Esto es, que sé que para montar una conspiración habría que tener una inteligencia de maestro del ajedrez (y el tablero de la política es de niebla), además de unas pasmosas capacidad de trabajo y finura organizativa. En cambio, creo en el consenso por querencia y por inercia.

No pienso, por tanto, que el Gobierno haya puesto tasas a las empresas americanas para forzar, en una conspiración con segundas derivadas, que Estados Unidos termine torciéndole el brazo a nuestra soberanía nacional. Para un conspiranoico, resultaría tentador que el mismo Gobierno que cede ante todos los nacionalismos interiores, coadyuve a socavar la soberanía de España echándole un pulso a Trump que sabe que va a perder.

Se trata, eso sí, de falta de visión, de vanidad, de prejuicios ideológicos y de un desinterés inmenso por lo nacional. Cualquiera más sensato y cuidadoso con los mitos nacionales que sostienen la comunidad política sabría que las batallas que se van a perder es mejor no darlas. Si Estados Unidos tiene en su mano perjudicar muy gravemente la economía española si se traspasan ciertas líneas, lo mejor es no traspasarlas, para que no haya luego que recoger velas, dejando en evidencia pública nuestra autonomía política y, desde luego, nuestra independencia económica.

Que Irene Montero resucite la retórica castrista de no ponernos de rodillas ante USA y tal y cual es una imprudencia. Porque no hay que ponerse de rodillas, por supuesto, pero tampoco echarle la pata por alto a nuestro aliado y primera potencia mundial. Esa pata por alto terminará siendo patada en el propio trasero de nuestra economía y nuestro empleo.

¿Quiere esto decir que no somos lo suficientemente independientes como país como para ponerle los impuestos que nuestro Gobierno quiera también a las grandes corporaciones norteamericanas? Lo mejor es ser lo suficientemente inteligente como para esquivar esa pregunta y todavía más para no ir haciendo experimentos. Como la celada de don Quijote, hay cosas que es mejor no ponerlas a prueba, por si acaso. Que se desmoronen a la primera de cambio termina teniendo consecuencias políticas de largo alcance.

¡Mira que no hay campos y problemas nacionales donde hacer un ejercicio de dignidad soberana! De puertas para dentro es donde la señora Irene Montero tendría que preocuparse mucho más de no estar de rodillas.

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