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Mikel Lejarza
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EXCEPCIÓN para poner fin a la excepción, alarma decretada contra la alarma creada. Esta fue la tesis que esgrimió ayer Zapatero en el Congreso para defender la actuación del Gobierno en el caos aeroportuario de hace una semana: se tomaron medidas legales excepcionales para abortar un excepcional desafío a la ley y al Estado. Nunca se había producido algo así.
Compramos la mercancía gubernamental, igual que todos los grupos parlamentarios, con la excepción de IU, últimamente siempre en vanguardia a la hora de posicionarse de manera opuesta a la inmensa mayoría de los ciudadanos. Los controladores fueron los únicos culpables del caos. No por defender sus reivindicaciones y derechos -los tienen, como todos, no los pierden por ganar mucho dinero-, sino por simular una baja general por enfermedad para abandonar sus puestos de trabajo dañando gravemente los derechos de setecientos mil conciudadanos y, de forma indirecta, los intereses de toda la nación.
Establecido lo cual, pasamos al segundo tema. ¿Pudo haber hecho más el Gobierno por impedir que la situación se desbordara hasta hacerse calamitosa? Pienso que sí. Entre el decreto de febrero, que empezó a meterle mano a los privilegios de los controladores, y el decreto del 3 de diciembre, que estableció los criterios para calcular la jornada laboral de 1.670 horas anuales, transcurrieron diez valiosos meses. Diez meses en los que el Ejecutivo debía haber avanzado en la selección de nuevos controladores civiles y la homologación de controladores militares a fin de no seguir en manos de la casta en que se ha convertido el colectivo actual.
Cierto que los intentos de negociación no han llegado a ninguna parte a causa de la enorme distancia entre las partes. Lógico: se trataba, del lado de Aena, de arrebatar a los vigilantes del aire la capacidad de autoorganizar su trabajo que le han ido cediendo todos los ministros de Fomento, y eso es, en buena medida, lo que les ha llevado a instalarse en una burbuja de prepotencia y desparpajo. Pero precisamente por ello el Gobierno no tenía que haber apurado el tiempo hasta aprobar el decreto en vísperas del mayor puente vacacional del año. Estaba claro que los controladores se lo iban a tomar como una provocación, aunque erraron al apostar por una nueva bajada de pantalones. Les salió el tiro por la culata.
Por lo demás, Rajoy acertó al endosar con ironía a Blanco lo que Rubalcaba había dicho de Arias Salgado (PP) por los retrasos en los vuelos cuando era titular de Fomento ("un inútil total, con dosis importantes de caradura"). Esto es muy propio del socialismo actual: cuando es ZP el que decreta el estado de alarma, como cuando privatiza Aena, recorta pensiones, baja impuestos o quita subsidios a los parados, se trata de progresismo. Vale.
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