HABLANDO EN EL DESIERTO

Francisco Bejarano

Cumbre del hambre

LOS países cuyos habitantes no pasan hambre, aunque tengan unas minorías mal alimentadas, se han reunido otra vez para estudiar cómo pueden remediar un problema que ha sido de conciencia desde tiempo inmemorial. Desde que tenemos uso de razón estamos oyendo hablar del hambre en el mundo, y por los libros sabemos que ha existido siempre, en todas las épocas, incluidas las naciones que hoy viven en la opulencia. Es de prever, por lo que sabemos, que no haya un remedio eficaz y cercano para solucionar una injusticia manifiesta, que es, como digo, un cargo de conciencia para los Estados prósperos, además de una lacra enquistada en la especie humana. Porque el hambre no sólo da hambre, sino enfermedades, mortalidad, indignidad y merma de la inteligencia. El hambre no es la pobreza, que se puede llevar dignamente, sino la miseria: un estado de semianimalidad cuyo instinto más despierto es el de comer.

La miseria económica da miseria moral: quitarle la comida al vecino o dejar morir sin alimentos a los viejos, enfermos y niños débiles, y da también la miseria de los gobernantes de los países hambrientos en forma de violencia y rapiña, guerras interminables y exterminio de tribus enteras. Los países ricos saben todo esto, pero siguen dándole el dinero de los organismos internacionales para paliar el hambre a los administradores de los hambrientos. Los hijos de los poderosos que gobiernan a las masas indigentes estudian en los mismos colegios, carísimos, europeos donde van los hijos de los dirigentes de los países ricos que dan dinero para los miserables. Es como un trabalenguas, como un sofisma trágico. Casi todas las órdenes religiosas de beneficencia se fundaron para quitarse de encima el problema de la pobreza extrema y que los futuros santos se encargaran de ella.

Los laicistas virtuosos, en cambio, fundan oenegés, que vienen a ser lo mismo, con las mismas funciones tranquilizadoras de las conciencias pero peor administradas. Las iglesias por lo menos tienen una estructura jerárquica con capacidad de controlar por dónde va el dinero y en qué se emplea. Las oenegés van por libres, aunque reciban el dinero de los gobiernos, por muy 'no gubernamentales' que se proclamen. De estos embrollos no pueden salir más que miserables hambrientos y miserables morales, y así ha debido ser siempre cuando se siguen reuniendo los dirigentes del mundo rico para hacernos creer que hacen algo y que hay esperanza de solución para los condenados a la penuria. Uno va dejando de creer en las puestas en escenas que se repiten con distintos actores, entre otras cosas por aburrimiento, pero también porque sabemos que para erradicar el hambre del mundo las naciones del bienestar tendrían que empobrecerse. Ningún partido político estaría dispuesto.

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