La otra mañana estuve hablando sobre la importancia de decir no a ciertas cosas, a ciertas proposiciones, a ciertas realidades que nos rodean…

Y de una manera u otra llegamos a la conclusión de que es más necesario de lo que nos creemos, aunque tengamos que hacer un esfuerzo sobrehumano, y nos cueste un mundo verbalizarlo. Y nos cuesta tanto verbalizarlo por el miedo que tenemos al rechazo, al que dirán los demás y a herir susceptibilidades. Nos cuesta tanto verbalizarlo porque no tenemos recursos ni habilidades suficientes como para decirlo de forma natural; nadie nos ha enseñado y no sabemos cómo hacerlo, en definitiva. Y nos cuesta tanto verbalizarlo por nuestra educación, por nuestra cultura y por nuestras raíces familiares. Pero es de suma importancia aprender a decir no, ya que de lo contrario estamos condenados a perder el control de nuestra vida e iremos acumulando en nuestra memoria una rabia innecesaria por no hacer lo que en realidad queremos.

No seremos malas personas por poner y ponernos límites. No seremos unos desagradables ni unos desagradecidos si no asumimos tareas que no son de nuestra competencia. No seremos almas condenadas al infierno por dar un portazo y no sucumbir a chantajes emocionales ni manipulaciones de barrio.

Sobre todo, porque llega un momento en la vida en que tenemos que ser egoísta con nuestro tiempo, con nuestros miedos, con nuestra soledad…

Aunque reconozco que aprender a decir no es de los aprendizajes más difíciles que tenemos en nuestro invisible; y saber decir no a nuestros hijos, es un debe que tenemos que hacérnoslo mirar.

Pero el no se puede entrenar, si uno es fiel a sus principios, si se saben cuales son nuestras prioridades, si se focalizan los objetivos que nos hacen felices…

Recuerden: querer agradar a todo el mundo es un desgaste enorme…

Al menos, desgastémonos a nosotros mismos.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios