Demagogos

Conviene protegerse de los iluminados que prometen la redención y acaban llevando a la servidumbr

En sus numerosas y variadas manifestaciones actuales, el populismo es un concepto difuso, aplicable a sujetos, partidos o movimientos que beben de tradiciones políticas muy distintas y cuyo único común denominador parece ser la supuesta defensa de los intereses del pueblo -o de la nación o de la gente- frente a la oligarquía o las élites corruptas, asociadas a los males de la globalización que en las fantasías conspiranoicas obedecería al plan urdido por una minoría perversa para someter a la humanidad y explotarla en su beneficio. El fenómeno forma parte de la consabida retórica revolucionaria, pero también o por lo mismo entronca directamente con los fascismos históricos, dirigidos por caudillos que se preciaban de encarnar la voluntad de las masas. No es que no existan las oligarquías y las élites corruptas, pero la solución nunca pasa por recurrir a recetas salvíficas. Tanto o más que de aquellas, conviene protegerse de los iluminados que prometen la redención y acaban llevando a la servidumbre. En demasiadas partes del mundo, el resentimiento no injustificado de amplios sectores de la población, la recurrente pulsión nacionalista y la nostalgia de los liderazgos fuertes están alumbrando opciones híbridas que intentan superar la acostumbrada división entre izquierdas y derechas, una inquietante deriva, ya ensayada en los años veinte del siglo pasado, que reúne a los enemigos de las democracias con un sencillo programa cuyo principal o casi único objetivo es la defensa de la identidad en peligro. Del tradicionalismo reaccionario toman el rechazo de la modernidad, expresado en la reivindicación de los valores vinculados a la familia, la religión o la patria. De la variante descamisada, la exaltación de la clase trabajadora y la denuncia de los desafueros -no inventados- del capitalismo o la plutocracia. No existe confluencia real entre fuerzas que no responden a un único modelo de contestación, pero signos hay de que la eventual alianza de aparentes contrarios, en principio poco probable, podría traducirse en mayorías como las que en otro tiempo cerraron los parlamentos y prescindieron de los derechos y libertades de los que carecen los regímenes autoritarios. La internacional nacionalista combina el viejo discurso de la sangre y el suelo con ingredientes de novísima mercadotecnia, lo que ha aumentado su ascendiente mucho más allá de los círculos ultras. Ahora bien, la alergia a los predicadores no admite distingos. Tensionadas desde los extremos, las sociedades libres errarán si focalizan el riesgo en una sola dirección, sin comprender que los demagogos no sólo se retroalimentan, sino que forman parte de una misma amenaza.

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