Siempre he mantenido que la figura del árbitro entra dentro de las reglas de juego y que siendo humano puede equivocarse, influyendo así, muchas veces de manera drástica, en el resultado de los partidos. También, aunque ya estas normas se me escapan un poco más, el safety car, la entrada en boxes y todas esas cosas de la Fórmula 1 se salen de lo deportivo, pero forman parte de un sistema que debe ser aceptado por todos, deportistas y aficionados. Por donde ya no paso es por un tío disfrazado de demonio que puede ser determinante a la hora de coronar a alguien como campeón del Tour de Francia.

Contador no es santo de mi devoción, pero que desde el primer día de carrera parta con una clara desventaja para no ganar la ronda gala por culpa de un aficionado que provocó una caída no es justo para él ni para nadie. Una caída de más, un minuto de retraso, un sobreesfuerzo para arañar esos ocho segundos... La competición ya está adulterada por el hombro de aquel hombre, ahora tan tranquilo en su sofá.

Poco se puede hacer, pero es algo que no debería permitirse. Es indignante ver cómo toda esa sarta de emocionados corre tras los pobres ciclistas, que si ya de por sí no tienen bastante con un puerto de categoría especial y una inclinación del 11%, encima tienen que soportar que les arrojen agua, les griten a medio metro de la oreja o les toreen con banderas. Pero nunca pasa nada… hasta que pasa.

Diría que este tipo de acciones deberían estar penadas o legisladas de alguna manera, porque, sin ser algo de vital importancia, una competición de tal entidad debe estar protegida. ¿Qué habría pasado si en la final del Mundial un aficionado hubiese saltado al campo y placado a Iniesta en el momento de cargar la pierna?

De todas formas, cruzo los dedos para que toda la mácula de este Tour sea ésa y no quede eclipsada dentro de unos días por algún caso de carne contaminada.