Antonio Reyes

Derecho a soñar

TIENE QUE LLOVER

05 de enero 2010 - 01:00

NO podemos negar que las costumbres están cambiando. Por ejemplo, ya nadie se acuerda de la Misa del Gallo, el día 24 a las doce de la noche. Esa es hoy la hora elegida por los chavales para comenzar el botellón. Y una noche de parranda y alcohol da como resultado una larga dormida el día de Navidad, con lo que la tradicional comida familiar se ha ido, también, al traste. De estos nuevos hábitos, que no son ni mejores ni peores que los anteriores, sólo distintos, parece que de momento se salvan los Reyes Magos.

El fin de semana pude ver una larga cola de padres con sus niños de la mano esperando turno para que éstos conocieran al Rey Mago ubicado en la Alameda Cristina, y de paso entregarle las cartas llenas de deseos y juguetes. Esperé a que su S.M. Melchor terminara su jornada laboral, ya casi de madrugada, y solícito me acerqué y le dije que lo invitaba a una cervecita como relajo merecido a tantos niños, a tantas cartas, a algún que otro padre descortés, y al tantísimo trabajo que se le avecinaba.

En contra de lo esperado, me dijo que sí. Nos fuimos a un bar, y entre tapitas y cervezas hablamos de lo divino y de lo humano. Tengo que confesar que no esperaba la sencillez, la fluida conversación, también, por qué no decirlo, el buen saque, en especial con la Cruzcampo, que tiene Melchor. Y como es sabido que el amor y las buenas relaciones entran por la cocina, comenzamos, en ameno diálogo, a sincerarnos.

El Rey me habló de sus problemas, de la cantidad de juguetes que deben recopilar en pocos días, de lo difícil que resulta encontrar algunos de los regalos para los niños más caprichosos, de lo complicada que es, por la normativa de fronteras, la exportación de juguetes, de que tienen que estar atentos para evitar las falsificaciones que algunos avispados traen de China…, en definitiva, que su trabajo, la verdad, no es ninguna panacea.

Cuando terminó, me preguntó: "¿Y tú qué has pedido?". Para no decepcionarlo, en una servilleta de papel comencé a escribir mis deseos. "Léemelos, por favor", me dijo. Así que, un poco acharado, no tuve más remedio que comenzar mi lectura. Le pedí un paraguas para sofocar los cabreos en forma de lluvias, no sé si de San Pedro o del calentamiento global; un poco de sentido común para esa clase en declive que son los políticos; un mucho de mano dura contra los estafadores que dirigen la economía mundial; unas gotitas de abono, a ver si los brotes verdes germinan de una vez; unos kilos de sensatez y justicia para terminar con el hambre en el mundo y, por último, que la crisis y el paro dejen tranquila para siempre a esta ciudad.

A las tantas lo quise acompañar a su casa. Yo creía que íbamos a un palacio real. Al llegar a la entrada del hotel, su morada en estos días, se detuvo. En la puerta, ilusionado y sonriente, me dijo: "Hacer realidad los sueños es complicado. Pero, no lo olvides: donde hay un camino, hay una esperanza". Ojalá que los deseos que esta noche pidamos a los Reyes Magos se cumplan para todos.

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