Hablando en el desierto

FRANCISCO / BEJARANO

Desaparecidos

Con mucha más frecuencia de la que sería tolerable para no despertar alarma, en España desaparecen personas, sobre todo niños y jóvenes, de los que no se vuelve a saber nunca más. Durante varios días hablan los periódicos hasta que dejan de hablar y, cada cierto tiempo, vemos sus imágenes en unos carteles con las fotos de otros desaparecidos. Se han agotado las investigaciones y no hay por dónde continuar. La causa de la inquietud en la población no es que no se encuentren, ni vivos ni muertos, sino no saber la lista de móviles por los que alguien puede desaparecer para siempre. Quienes se van voluntariamente deben ser muy pocos, en especial en edades tempranas, cuando se tiene una fuerte dependencia de la familia. Los crímenes sexuales deben ser más, pero es muy raro que alguien mate por ese motivo, para silenciar a la víctima, y que no termine en la cárcel de por vida. Quedan todavía muchos desaparecidos, demasiados como para no preguntarnos la razón, que no nos la dicen, quizá para evitar alarma social mayor.

Todos hemos sentido alguna vez en la vida el impulso de desaparecer, pero las ataduras son demasiadas. Hay quien rompe ataduras con decisión asombrosa. Luisa de Sajonia, nacida de Austria, casada con el heredero de Sajonia y con siete hijos, dijo un día a Enrico Toselli, después de oír su famosa Serenata dedicada a ella: "Por la vía del amor se alcanzan los más altos tronos." Y huyó y se casó con el músico, previo divorcio, para escándalo de reinas y envidia de altezas. Intentó desaparecer; pero, aparte del deseo de ver a sus hijos, una archiduquesa y un músico famoso no pueden. Lo que pretendo hacer ver es que desaparecen personas más o menos corrientes, a quienes, fuera de su familia, los demás olvidan pronto. Colaboran muchos en la búsqueda y ayudan a la policía, pero por el miedo propio más que porque les importe la desaparición de alguien más allá del sentido natural de protección de la especie. Aparte de los crímenes rituales, los sacrificios humanos, la antropofagia y el infanticidio, entre otras malas costumbres religiosas de los pueblos primitivos; los crímenes inteligentes, el refinamiento de la crueldad, las desapariciones misteriosas y otras formas espeluznantes de la destrucción ajena y de la autodestrucción, de la violencia estéril y de la agresividad gratuita, son propios de sociedades muy civilizadas, con buenas leyes y con un ordenamiento generalmente aceptado. El mal existe, por mucho que eludamos el miedo haciéndonos creer que es obra de locos. Los locos no suelen ser malos y en algunas tribus aún son venerados como inspirados por los dioses. La maldad está en la cordura humana, seguramente en inteligencias superiores que no podemos comprender.

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