La torre del vigía

Juan Manuel Sainz Peña

Descansa en paz, Manolo

TE vamos a echar de menos, y algunos, hasta los que más fe tienen, deben andar enfadados pensando en que Dios es egoísta y te ha llevado pronto ante él. Pero yo entiendo a Dios porque en esta tierra si los hombres buenos escasean, los inocentes casi no existen, así que si quiere santos para su cielo venidos de la tierra, ha tenido que pedirte que vayas junto a Él.

Ya estarás riendo con el Padre en tu silencio, y le habrás enseñado nada más llegar a las puertas del paraíso, tu llavero del Xerez y tu estampa de su Hijo Amado rezando en el huerto de Getsemaní pidiendo para salvarnos.

Esta primavera, cuando se abran las puertas de Santo Domingo, en la tarde del Jueves Santo, yo, que abandoné hace algún tiempo todo mi interés por lo cofrade, me acordaré de ti como lo harán tantos otros, pero no me quejaré ni me dolerá tu ausencia, sabiendo como sé que no estarás solamente en el cielo, sino en cada clavel, en cada racheo de los costaleros, en cada marcha y en cada voluta del humo blanco del incienso. Y quizá, hasta se me borre la mirada herida por no verte esa tarde ni ninguna otra llenando con tu candor las calles de este Jerez que tanto te quiso.

Ahora lo entiendo, Manolo. Ahora sé qué querías decirme con tu sonrisa de niño encerrada en tu cuerpo de hombre. Sé de tu bondad, de la ausencia completa de malicia en tu corazón impoluto. Ahora que se nos ha helado el alma con tu marcha, lo comprendo todo. Ahora sé porqué no hablabas. Es el idioma de los ángeles, el de esos mismos que aparecen en el imaginario colectivo. Esos que viven y que descansan en paz como tú, Manolo, en el cielo, cobijados, en estos días de frío, al calor de las estrellas.

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