Descolonizados

Si extremamos el principio de restitución, habría que construir un museo en cada yacimiento

La tendencia a la polarización de las sociedades occidentales tiene entre otros efectos, todos ellos negativos, el de reducir las cuestiones complejas a posiciones previamente alineadas que convierten los debates en tomas de partido, donde quienes dan su opinión no se ocupan de contrastar las razones sino de adherirse sin más al bando correcto. Es evidente que la polémica sobre la descolonización de los museos, recurrente desde hace años y de actualidad entre nosotros al hilo de unas confusas declaraciones del ministro de Cultura, tiene un sesgo político que puede relacionarse con el ámbito teórico de los estudios poscoloniales y últimamente con la doctrina o ideología woke, por una parte, y con el auge de los nacionalismos identitarios, por otra, pero el fondo del asunto -la eventual devolución del patrimonio artístico a los lugares de origen- no es nuevo ni propiamente político, aunque sea aprovechado por todos los que pretenden arrimar el ascua a su sardina. Es verdad que desde el punto de vista de la arquitectura institucional, como precisan con razón los historiadores, la España de Ultramar era tan española como la de la península, sin que en rigor pueda aplicársele la más tardía noción de colonialismo, pero tampoco puede desdeñarse la aspiración de las comunidades indígenas a explicar su pasado sin intermediarios. Más que suscribir discursos simplificadores, imposibles de conciliar con la secular realidad del mestizaje, en un continente donde esas comunidades hace doscientos años que pertenecen a repúblicas independientes, haríamos bien en analizar los casos uno por uno, diferenciando los indudables frutos del saqueo de las adquisiciones legales -la distinción sería igualmente válida para los mármoles de Elgin que Grecia reclama a los ingleses o para los frutos del expolio del mariscal Soult en la misma España- y evitando convertir lo que puedan ser reivindicaciones razonables -no lo sería, por poner otro ejemplo no americano, el traslado del Guernica al País Vasco, donde nunca ha estado el cuadro- en una impugnación retrospectiva de la Historia. En lugar de apelar a razones sentimentales, deberían primar los criterios técnicos y sobre todo el interés mayor de la difusión de un legado compartido. Si extremamos el principio de restitución, en aras de ese localismo exacerbado que en Elche o Baza pide a Madrid el regreso de sus Damas, habría que construir un museo en cada yacimiento, en cada pueblo o pedanía, y no está nada claro que dispersar las colecciones que ahora podemos ver reunidas -en espacios públicos, abiertos a cualquiera- conlleve un mayor conocimiento o un mejor acceso a las piezas respectivas.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios