La tribuna

Lourdes Alcañiz

Descontrol de armas

EL largo debate sobre la posesión de armas en Estados Unidos sigue siendo un debate, y nada más. No es que nadie crea de verdad que algún día la venta de armas pueda ser controlada de forma efectiva. No. En la mitad de los hogares estadounidenses hay al menos un arma (250 millones de armas en el país) y uno puede seguir comprando una pistola más o menos como quien compra un helado.

De vez en cuando el debate se calienta, como después de las numerosas masacres (1984: McDonalds en San Diego, 21 muertos; 1986: oficina de correos en Oklahoma, 14 muertos; 1991: cafetería en Texas, 23 muertos; 1999 Columbine, Colorado, 13 muertos o 2007 Virginia Tech, 32 muertos, por citar las más conocidas). Pero la poderosa Segunda Enmienda de la Constitución recoge el derecho constitucional de los individuos para tener en su poder, y en su casa, un arma de fuego cargada para hacer uso de ella en caso necesario.

Los defensores del control de armas perdieron recientemente otra importante batalla cuando el Tribunal Supremo ratificó el derecho a llevar armas de los ciudadanos de Washington. Se declaró anticonstitucional una ley vigente en la capital, ratificando por primera vez en 30 años el derecho a llevar armas a pesar de que cada año 30.000 personas mueren por arma de fuego.

Pero de vez en cuando los opositores a las armas ganan algún pulso. Hace poco el Senado rechazó una medida que pretendía legalizar la tenencia de armas fuera del estado donde se obtuvo el permiso original para comprarlas. Los argumentos de los senadores que querían llevar armas de viaje, como quien lleva champú en la maleta, fueron de lo más curioso. Uno de ellos se mostraba preocupado porque cuando su hija volviera a casa por vacaciones, igual no le dejaban pasar la pistola por algunos de los estados que tenía que atravesar en coche. Otro senador consideraba que su padre podría sentirse indefenso si no podía dormir en un motel de otro estado sin su pistola. Esta cultura de las armas es una pescadilla que se muerde la cola. Obviamente, si no hubiera un acceso universal a las armas, el nivel de paranoia nacional descendería en consecuencia. Es cierto que se cometen miles de crímenes con armas todos los años, pero también es cierto que esto ya no es el Wild West, como lo pueden certificar los millones de turistas que vienen y van cada año sin el más mínimo percance.

Y es que en Estados Unidos cualquier cosa que se perciba como comprometer la "libertad" vende bastante mal, aunque se trate de comprar ametralladoras a granel. Esto lo sabe bien el poderoso lobby de la Asociación Nacional de Armas, o NRA, de la que Ronald Reagan era cabeza visible, que apela al argumento de la restricción de libertad cada vez que se intenta poner cualquier traba gubernamental a la venta y posesión de armas. El asunto de la supuesta restricción de opciones o recorte de la libertad de elegir le produce tal grima a la mayoría de la población norteamericana que incluso la sonada reforma del sistema sanitario prometida por Obama tiene el peligro de caer. Republicanos y lobbys de las compañías aseguradoras, y parásitos varios del sistema de salud, están llevando a cabo una ofensiva sin precedentes para impedir que el plan salga adelante esgrimiendo ese preciso argumento. Lo triste es que, según reflejan las encuestas, parece que está surtiendo cierto efecto. A pesar de que hay 45 millones de personas sin ninguna cobertura de salud básica, el miedo a no poder elegir médico, según lo están vendiendo los enemigos de la reforma, puede ponerla en peligro.

Qué penita pena. Lo que hay detrás de todo esto, armas, seguros y otras campañas similares, es una desinformación masiva. No parece que en España, o en cualquier otro país europeo donde se practica el control de armas o la cobertura sanitaria universal, los ciudadanos tengan menos libertad. Poco queda ya del enemigo comunista, sin embargo, el horror que suscitaban las imágenes de aquellos regímenes de la guerra fría parece que todavía vive en el inconsciente colectivo americano. En el caso de las armas, esta aversión a la restricción además viene de la mano de una cultura nacional sobre la posesión de armas, especialmente en estados como Texas o California.

Recuerdo que hace algunos años en Los Ángeles conocí a una maestra de primaria española. Me contaba como un día le quitó a un niño de 8 años en clase unas balas con las que estaba jugando. Cuando alarmada le expuso el problema a su padre, éste observó las balas confiscadas con atención para comentar tan fresco: "Ah, ésas no son mías". Se ve que en el ambiente del niño cromos y balas circulaban a la par.

Anécdotas aparte, está claro, que haber, armas hay para rato.

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