HEMOS pasado de lo más soleado y cálido del invierno a lo más extremo del frío y la lluvia a modo de golpe en la mesa de la naturaleza. Obstinada como ella misma, nos manda nubes cargadas de agua para apagar los fuegos que están en rescoldo por el planeta y nos manda un mensaje generalizado a modo de lágrimas celestiales como los nubarrones que tenemos en nuestras cabezas. No de otra manera se puede entender que casi al final del invierno éste haga acto de presencia. Como casi todo en por estos lares. Que se espera al final para arreglar las cosas. Y claro, casi siempre, es demasiado tarde.

Lo de la guerra bacteriológica en forma de virus epidémicos se venía comentando hacía tiempo. El tema de la pérdida de puestos de trabajo se viene gestando desde los años noventa. La desconfianza en los partidos políticos es cada vez mayor. Las promesas electorales siguen guardadas en los cajones hasta que vuelvan otras elecciones. Y para colmo, hace décadas que lo de Putin se veía venir.

Ante esta forma de libertinaje lo mejor es pararse a meditar, no vayamos a tener que pensar que todo esto es fruto del azar y no de la mala planificación del modelo equivocado económico y de valores al que estamos llevando a nuestro mundo actual. Porque el parque tecnológico de la campiña jerezana sigue sin funcionar a tope, porque se sigue sin pensar en alternativas industriales o empresariales al turismo y a las grandes superficies comerciales. Porque ante una huelga de transporte o un desabastecimiento lo que se hace es prohibir comprar botellas de aceite de girasol. O porque no hay conciencia preventiva ni planificadora en ningún ámbito de la economía de ciudades como ésta ni hay el mínimo interés en adelantarnos a los problemas haciendo un análisis a medio y largo plazo para iniciar soluciones. Nos gusta ir al día, y así nos va.

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