Día del padre

El padre ha dejado de ser una figura de autoridad para tener que convertirse en un figurín

Con mi amiga Begoña Gómez Roldós, madre de una compañerita de mi hija, sólo tengo un desacuerdo. Ella defiende que los trabajos del cole de las niñas son para que los hagan las niñas; y yo sostengo que son para los padres, como mis padres hicieron los míos y así sucesivamente, de generación en generación. Ya aprenderán mis hijos a recortar fotos cuando se las exijan a mis nietos. Creo, además, que esa transferencia generacional no se queda sólo en las cartulinas, ojalá.

Las madres no educan a sus hijos, sino a sus maridos, tan vapuleados que necesitan un día del padre para recuperar el resuello. Temo a las tutorías porque cuando la profesora comenta que el niño o la niña no son muy ordenados, mi mujer suspira: "Es el ejemplo en casa" y me mira fijamente. Para educar bien a mis hijos soy yo el que no puede proferir una palabrota, aunque se pille los dedos; el que no debe quitarse los zapatos; quien da un respingo al oír a su espalda, mientras toma algo entre horas, una voz de ultratumba que musita amenazante: "¡Que no te vean los niños!"; el que tiene prohibido refunfuñar de tanta vida social no vaya a contagiarles su patológica misantropía, etc. Gomá, como es muy elástico, lleva mejor lo de la ejemplaridad. Conmigo está acabando.

Cabe la posibilidad de que esta educación intergeneracional sea hereditaria y escalonada. Recuerdo a mi madre comentando, muy sarcástica, que su suegra, mi abuela, presumía de que sus hijos, mi padre y mis tíos, no le habían desobedecido jamás, claro que ella, añadía, nunca les había mandado nada. Mi madre se reía, pero nerviosamente, como si todo el trabajo de mandar a mi padre le hubiese recaído con treinta años de retraso. Quizá eso la hizo concentrarse en el cónyuge y dejar bastante en barbecho a sus hijos, sueltos y despreocupados. Mi mujer, desde luego, está ahora (en el tiempo libre que le dejan las manualidades) muy concentrada en educarme a mí como modelo interpuesto de modales al que hay que ir modelando sobre la marcha.

Concediendo que mi caso sea exacerbado, he visto que pasa en todas las casas. El padre ha dejado de ser una figura de autoridad para tener que convertirse, en la medida de sus posibilidades, en un figurín, esto es, en un modelo. Como figura, no me veo un futuro boyante, pero ser instruido en paralelo a mis hijos me está dando una refrescante sensación de juventud y nos acerca mucho, compañeros, casi colegas.

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