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LAS colas en las floristerías no dejaban lugar a dudas: ayer fue el Día de la Madre, y correspondía un detallito para quedar bien y alegrar el domingo. Lou Reed tenía razón cuando cantaba aquello de "hay malas madres que os dirán que la vida es una mierda", pero pocas criaturas son tan merecedoras de la presunción de inocencia. Un servidor cree que las madres son la mejor escuela de madurez: uno aprende primero a quererlas, luego a lidiarlas y por último, cuando tal vez ya es demasiado tarde, a comprenderlas. Lo curioso de todo esto es que no pocas familias vivieron ayer el Día de la Madre como una excepción, por encontrarse la familia reunida o, al menos, por tener un motivo para despertar con una sonrisa, aunque sea a cuenta de un invento de El Corte Inglés. La madre que celebró ayer su día es a menudo una mujer en paro, otras veces con un empleo, y en todo caso con hijos a su cargo. Pero el paradigma socialdemócrata de nuestro tiempo ha convertido el tercer punto en una cuestión incompatible con los dos primeros (al cabo, buscar trabajo es la ocupación de quienes no lo tienen). Mirando ayer las colas en las floristerías reparé en que eso que llaman conciliación laboral y familiar es ahora un asunto más quimérico que hace incluso unos años. Las madres lo tienen hoy más difícil para ser otra cosa. Mucho más.
Que la crisis ha convertido los contratos laborales en relaciones de esclavitud (he aquí la alternativa al desempleo) ya lo sabíamos; pero no se ha incidido tanto en cómo esta masacre se ha cebado especialmente con las mujeres. No necesitábamos un régimen islamista en Occidente a lo Michel Houellebecq para que los hijos y el ejercicio de una profesión fuesen mutuamente excluyentes: bastaba una reforma laboral ideada por vampiros, la asunción del capitalismo especulativo como único margen para la res pública y la aniquilación de algunas conquistas que finalmente eran menos sólidas de lo que aparentaban. Que una mujer se encuentre una carta de despido cuando acude a reincorporarse a su puesto después de una baja por maternidad ya se acepta socialmente dentro de cierta lógica financiera: es que la cosa está muy mala. Por no hablar de las madres que tienen que trasladarse a cientos de quilómetros de sus familias, y encima agradecidas, afirman los profetas del liberalismo, porque reciben sus nóminas cada mes. Y qué decir de la desigualdad de salarios: menudo chollo para los buitres.
Pues nada, ahora los pactos pasan únicamente por la corrupción. A las familias, que las zurzan. Habérselo pensado antes, cuando abortar era más fácil. Ahora, ajo y agua.
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