Ya habíamos comentado que con la llegada del buen tiempo las aves que han pasado el invierno en sus territorios africanos volvían a Europa para cumplir sus ciclos reproductores anuales. Las primeras que llegaban eran las cigüeñas, aunque como comentábamos muchas de ellas no cruzaban el Estrecho de Gibraltar y permanecían entre nosotros en los duros días invernales. Desde entonces, a diario, por nuestros cielos han pasado millones de aves, a veces a gran altura y otras prácticamente a nuestros pies. A algunas como los abejarucos (Merops apìaster) casi ni se ven, pero sus alegres cantos nos alertan, y si elevamos la vista los distinguiremos, son una de las aves más bellas y policromas de la fauna española.

En estos días son abundantes en su paso los chotacabras (Caprimulgus ruficollis). A diferencia de los abejarucos, estos son silenciosos y confiados en su plumaje mimético. Les hace tan confiados que casi los pisamos. Al ser aves de actividad principalmente nocturna, es frecuente encontrarlas en parques y jardines esperando la llegada de la noche para proseguir su migración. Ese mimetismo las vuelve tan confiadas que sufren atropellos y accidentes de todo tipo. Su boca amplia para capturar insectos ha hecho popular el dicho "tiene la boca más grande que una zamaya", que es el nombre vulgar por el que se conoce.

Por cierto y hablando de aves deberíamos valorar a nuestro gorrión (Passer domesticus) aquí aún abundante pero escaso y desaparecido en otros lugares. Efectivamente, en muchas ciudades europeas ya no es posible ver a esta simpática ave, tan conocida por todos. Muchas son las causas que han hecho posible esta catástrofe. Mi amigo el bachiller Sansón Carrasco, gran conocedor del mundo de las aves, ya apuntaba en un artículo algunos de las cusas de dicha desaparición, que al ser extensas y complejas, comentaremos en otra ocasión. Mientras tanto disfrutemos de esta humilde y bellísima ave que al menos, entre nosotros, sigue siendo como de la familia.