Volvemos a los arquitectos del Jerez barroco. Y lo hacemos con el más personal de todos ellos: Diego Moreno Meléndez. Un constructor gótico en pleno siglo XVII, un maestro de obras capaz de dar una vuelta de tuerca al sempiterno tardomanierismo de la arquitectura local del seiscientos con un singular sentido ornamental; en definitiva, un artista heterodoxo e inclasificable. Una llamativa personalidad que contrasta con un corto catálogo de obras. Aun así, con su intervención en sólo tres iglesias jerezanas logró crear no sólo peculiares construcciones, sino también tres puntos primordiales de la ciudad, protagonistas incluso de su perfil urbano. Las torres-fachadas de Santiago y San Miguel y las trazas de la actual catedral son esos tres grandes hitos.

La vida de Moreno Meléndez, estudiada por Esperanza de los Ríos, transcurre en la feligresía de San Miguel, donde es bautizado en 1626 y donde es enterrado en 1700. Para su parroquia idea su trabajo más completo, una ostentosa fachada principal que integra el mejor campanario de Jerez. Como principal foco de atención, la columna retallada: de fuste recubierto de una abigarrada decoración plana, salta del retablo de su época a la piedra. En Santiago, por su parte, se limitó a completar un frontispicio con una rara armonía fruto de una mezcla de estilos. La misma que observamos, finalmente, en la catedral, para la que sólo pudo aportar los planos, lo suficiente para otorgarle un matiz distintivo por esa estructura neogótica que la hace inconfundible.

Otras obras, como la ermita de la Alcubilla o la iglesia de la Compañía, son meras, aunque fundamentadas, atribuciones: la primera, iniciativa del Ayuntamiento, por su condición de arquitecto municipal y la segunda por ser una innegable consecuencia estética de la torre-fachada de San Miguel, tan sugestiva entonces como hoy

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