¿ Se acuerdan ustedes de cuando, los fines de Semana, el centro de Jerez se convertía en un solitario desierto donde no había en las calle ni un alma? Tal situación se veía aumentada hasta el infinito los meses de verano. Los ciudadanos se quejaban, con razón, de que no había nada que les hiciera atractivo pasear por las calles del centro de la ciudad. Ante este hecho, los bares y otros establecimientos cerraban sus puertas y el personal buscaba otras zonas y poblaciones vecinas para sus momentos de esparcimiento. Hace unos pocos años, no muchos, pareció que la cosa cambiaba. Había quienes hablaban de que por culpa de la crisis, los jerezanos se quedaban sin veraneo en las poblaciones costeras y buscaban nuevos espacios donde pasar las tardes y noches de infierno caluroso. Lo cierto es que el centro pareció resurgir de sus cenizas y da alegría ver cómo las calles están llenas de gente; existen nuevos establecimientos que se suman a esta mejoría y hay calles con mucho ambiente. Los no veraneantes y urbanitas recalcitrantes lo han agradecido infinitamente. Sin embargo, parece que a nuestro Ayuntamiento el ver el centro lleno de gente, los establecimientos con ambiente y la ciudad renaciendo de sus sombrías deserciones, no les hace demasiada gracia o, mejor dicho, han encontrado un filón para su ansia recaudatoria. Han aumentado el rigor en las inspecciones y por una mesa de más o unos metros de menos, a algunos de los bares, les están haciendo bien la puñeta y metiendo los dedos en sus carteras. Claro que, según sabemos, este afán por la rigurosidad que muestran con algunos no es algo que se dé con todos. No hay nada más que ver la cantidad de mesas que impunemente algunos extienden en las calles sin poco control, mientras que, al lado, a otros se les exige hasta quitar las pegatinas de las sillas. Luego no nos quejemos si la gente busca un mejor tratamiento.

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