La tribuna

Luis Felipe Ragel

Dígalo en una novela

EN tiempos no muy lejanos, la ofensa al derecho al honor se ventilaba en un duelo a muerte entre el ofensor y el ofendido. Alexander Hamilton, Alexandr Pushkin, Ferdinand Lassalle y Enrique de Borbón fueron hombres ilustres que creyeron en esta idea y, aunque no perdieron el honor, perdieron la vida al defenderlo.

Pero después nos hemos civilizado y ahora el honor se lava en los tribunales, obteniendo una sentencia que declare que se ha producido una intromisión ilegítima en ese derecho y fije una indemnización pecuniaria a favor del ofendido.

Precisamente en los últimos tiempos se han producido algunos interesantes pronunciamientos judiciales acerca del derecho al honor que me han animado a escribir estas líneas. En concreto, me referiré a la sentencia que dictó hace unos meses el Tribunal Constitucional, en relación con el recurso de amparo interpuesto por la viuda de Pedro Ramón Moliner y que declaró no haber lugar al amparo solicitado por no tener naturaleza de intromisiones ilegítimas en el derecho al honor las frases que el conocido y reputado escritor Manuel Vicent dedicó al señor Moliner en su novela Jardín de Villa Valeria. Concretamente, el pasaje controvertido es aquel que dice: "También usaba un taparrabos rojo chorizo, muy ajustados a las partes. Solía calentarse jugueteando libidinosamente bajo los pinos con las mujeres de los amigos para después poder funcionar con la suya como un gallo".

Me quedo con la última frase, que manifiesta, a mi juicio, una clara intromisión en el honor y en la intimidad del señor Moliner y de su viuda. Coincido plenamente con la sentencia de la Audiencia Provincial de Madrid, única instancia que dio la razón a la demandante, en que esas expresiones eran innecesarias para el cumplimiento de las finalidades del relato, suponiendo un evidente menosprecio y descrédito en la consideración social de la persona aludida.

Dejando a un lado si el taparrabos que utilizaba el aludido era rojo chorizo o lomo en caña, cabe dudar, en primer lugar, acerca de la veracidad de la narración que se contiene en la frase controvertida. El novelista inventa que el personaje funcionaba con su mujer como un gallo, pero ese grato resultado sólo podía ser corroborado por la esposa, que fue precisamente la que, siendo ya viuda cuando se publicó la novela, se mostró disconforme con las apreciaciones del creador literario.

La doctrina sentada en anteriores sentencias del Tribunal Constitucional sostiene que se lesiona el derecho al honor cuando se vierten expresiones que hacen desmerecer en la consideración ajena al aludido, por no ser veraces o, aun siendo veraces, por ser innecesarias o impertinentes. Por su parte, el derecho a la intimidad se vulnera cuando se revelan hechos, sean o no veraces, concernientes a la vida privada de una persona o de varias personas que pertenecen a la misma familia. A nadie le debe interesar cómo se desenvolvía el señor Moliner en su vida sexual y al revelarlo en la manera en que se hace en la novela, se han lesionado su honor y su intimidad.

Pero lo que más me inquieta es que el Tribunal Constitucional estime que las expresiones controvertidas no eran ofensivas porque, además de ir alternadas con elogios al personaje aludido, estaban incluidas en una obra de ficción. Concretamente, se declara que el derecho a la producción y creación literaria tiene un contenido autónomo que, sin excluirlo, va más allá de la libertad de expresión. E incluso se afirma que las referencias efectuadas "pueden requerir de recursos literarios, como la exageración para cumplir la función que se persigue en la obra". Aunque el señor Moliner fue un personaje real y se reconoce que el novelista trataba de recrear ciertos ambientes de la transición española, como las expresiones se incluyen en una novela, son más disculpables que si se insertaran en un artículo periodístico.

Ya venimos percibiendo que los medios de comunicación están aprovechando la peligrosa doctrina que emana de la sentencia objeto de comentario. El otro día escuché un programa radiofónico en el que el presentador anunciaba con cierta guasa que iba a escribir una novela en la que se proponía contar cómo se están produciendo ciertas irregularidades en el ámbito de una prestigiosa institución deportiva.

La sentencia nos ha enseñado cómo se puede hacer. Lo que no pueda contar en un medio de comunicación sobre Manuel Vicent o el ambiente literario español, dígalo en una novela. En ella no hay necesidad de contrastar el dato publicado porque se trata de una obra de ficción y la exageración es un legítimo recurso literario.

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