PERDONA el desahogo, pero con la perspectiva de rozar los casi cinco (sí, cinco) millones de parados en 2010, ¿puede un reyezuelo autonómico comprarse un coche más caro que el de Obama?", me pregunta/interpela un amigo. Hay uno que está demostrando que puede: el presidente de la Xunta de Galicia, Emilio Pérez Touriño.

No sólo se ha hecho comprar un coche más caro que el de Obama, y que el papamóvil que utiliza Benedicto XVI. También ha gastado cuatro millones de euros del erario público en las obras de reforma de las tres salas de reuniones de su Gobierno (la mesa costó 26.000 euros, y cada silla, de exclusivo diseño danés y tapizada de piel y aluminio, 2.269 euros). Donde se reúne con sus consejeros el presidente gallego ha hecho instalar una cristalera "inteligente" que deja pasar la luz natural cuando la hay y que se vuelve opaca y permite proyectar imágenes de alta resolución con sólo darle a un botón. Así nadie tiene que levantarse de tan carísimas sillas...

Escuché hace años a Touriño en el Foro Joly, en Sevilla, y me pareció un hombre afable y sensato. Este verano lo encontré en la Plaza del Obradoiro, en Santiago, saliendo del palacio presidencial en compañía de su madre y un nutrido grupo de parientes, y me pareció el cuadro de una familia normal, gente de extracción humilde que ha ido a visitar a aquel de sus familiares que ha llegado más lejos. Quizás lo que ha extraviado a Pérez Touriño ha sido su incapacidad, muy humana, para asumir con normalidad ese ascenso a la cumbre del poder político.

Porque es un extravío, como he comentado muchas veces, que la gente esté yéndose al paro por miles cada día y las empresas cerrando por centenares mientras algunas autoridades se ocupan de mostrar un gusto extremado por el lujo y la ostentación. Y lo hacen con desahogo y reiteración, no como un error puntual, sino como un hábito. Se trata de una actitud políticamente escandalosa y moralmente sarcástica, más propia de un nuevo rico ansioso por enseñar sus posesiones y chulear de estatus que de un gobernante responsable y próximo a los padecimientos de los gobernados.

Como otros, Pérez Touriño ha entendido que la primera obligación del poder es hacerse visible, pero al suyo lo ha visibilizado sobre todo mediante sus signos externos, lo más superficial y pasajero. Ha confundido la dignidad de la presidencia de una comunidad autónoma con el boato. Eso sí, ha seguido al pie de la letra y con fruición la consigna de Zapatero de que consumamos para que la economía no termine de hundirse y los cinco millones de parados de los que habla mi amigo no vean desde lejos, indignados, cómo se solidariza con sus penurias el presidente de Galicia.

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