El cuentahílos

Carmen Oteo /

Dios salve al rey

SI Goya viviera no sé cómo retrataría a la Familia Real. De Carlos IV y de su hijo, Fernando VII, sabemos mucho gracias a su pintura. Goya es el retratista de la decadencia, que siempre empieza por arriba.

La primera duda es cómo saldrían los yernos dibujados. Si Marichalar luciría su esnobismo y Urdangarín la ropa de deporte y el maletín de negocios. Si el rey tendría el gesto malhumorado. Si Leticia tendría sus brazos enclenques, todo un símbolo, al aire. Si la reina, por profesionalidad, sonreiría al mal tiempo. Si Don Juan aparecería al margen izquierdo.

A la Familia Real parece que se le ha caído la modernidad encima. No tiene sentido vivir para presidir finales deportivas y engordar revistas del corazón. Ni mantos de armiño, ni cetros de oro ni coronas. El trono produce estampida. Los niños se han casado mal y andan quejicosos de tener que exhibirse, de tener que veranear en Mallorca, de las servidumbres de una vida regalada. Los reyes ya tienen, como muchos, una hija descasada y un yerno que apunta a sinvergüenza. El monarca luce en los actos solemnes, junto a su toisón, cojera y un ojo morado. Hasta la Real Academia de la Lengua le ha quitado la mayúscula al rey, quizás porque se escribe como se piensa.

En medio de todas estas trapisondas y como en el cuento de Hansel y Gretel, Leticia enseña sus huesos para no ser devorados por esa bruja que es la opinión pública, el pueblo soberano. Desde su cárcel de oro y sus trajes de diseño muestra el gesto triste y forzado. Cada vez que hay una crisis parece que alguien le dice, enseña tus bracitos que tenemos problemas y necesitamos que nos eches un cable. Ella obediente y voluntariosa se viste de negro para parecer aún más delgada, y con mirada de perro abandonado se presta al juego.

Son malos tiempos para reinar. La frivolidad, el símbolo y las conductas ejemplares son las frágiles raíces de la corona. Dios salve al rey.

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