Tribuna libre

Juan González Román

¿Dónde está Dios?

Imagen de la cofradía de la Buena Muerte.

Imagen de la cofradía de la Buena Muerte. / D. J. (Jerez)

¿DÓNDE está Dios? Es con toda seguridad la pregunta que muchos seres humanos se hacen en los momentos dramáticos que en ocasiones suceden a lo largo de la historia o en las propias circunstancias personales y que muchas veces lleva aparejado el abandono de la fe. Sin ir más lejos es la pregunta ante las desgarradoras imágenes de muerte de la guerra de Ucrania y de tantos conflictos bélicos que en la actualidad padece la humanidad, ante la miseria y el hambre reinante en el mundo, ante la pandemia que hemos sufridos y que ha acabado con la vida de millones de personas, ante la lucha desesperada de tantos y tantas que abandonan sus tierras, sus culturas en busca de una vida digna, de los parados fruto de unas estructuras económicas totalmente inhumanas e injustas impuestas por los poderosos, ante el dolor y sufrimiento de nuestros seres más cercanos, etc.

Según una estadística recientemente publicada la pandemia ha acelerado la pérdida de religiosidad de la sociedad española, aumentándose la cifra de agnósticos y ateos del 27,5% en 2019 al  37,1% en 2021. Con toda seguridad muchas de estas personas que han experimentado la cercanía de la muerte bien en sus propias carnes o en la de familiares o amigos no encontraron respuesta respuestas al sufrimiento que padecieron.

El papa Benedicto XVI exclamó en su visita al campo de concentración de Auschwitz :¿Por qué, Señor, permaneciste callado?, ¿cómo pudiste tolerar todo esto?".

Hace pocos días leí una entrevista a la rabina Delphine Horvilleur en la que afirmaba “que si Dios no está a la altura, la humanidad debería estarlo”. Considera ella que es muy compleja la respuesta religiosa al horror y sufrimiento de nuestro mundo.

Hasta el propio Jesús, en los instantes antes de su muerte, sintió el abandono de su padre al que tan cariñosa y tiernamente llamaba Abba, con aquel grito desgarrador: “Dios mío, Dios mío porque me has abandonado”.

También resulta conmovedor el testimonio de Etty Hillesum, religiosa benedictina de origen judío, que murió en el año 1943 en un campo de exterminio nazi. Este texto que lo escribió poco antes de morir, podría aplicarse hoy ante las situaciones que está padeciendo la humanidad: 

“Te ayudaré Dios mío, para que

                        no me abandones, pero no puedo

                        asegurarte nada por anticipado.

                        Sólo una cosa es para mi

                        cada vez más evidente :

                        Que tú no puedes ayudarnos,

                        que debemos ayudarte a ti,

                        y que así, nos ayudaremos

                        a nosotros mismos.

                        Es lo único que tiene importancia

                        en estos tiempos, Dios mío, salvar

                        un fragmento de Ti en nosotros.

                        Tal vez así, podamos hacer

                        algo por resucitarte en los

                        corazones desolados de la gente.

                        Si, mi señor, parece ser que

                        Tú tampoco puedes

                        cambiar mucho las circunstancias;

                        parece que al fin y al cabo

                        se impone la historia;

                        parece que lo que está ocurriendo

                        pertenece a esta vida.

                        Pero nosotros, si podemos

                        ayudarte para que Tú

                        te hagas presente en los demás.” 

Testimonios todos de esa búsqueda de respuestas de Dios ante el dolor y sufrimiento humano y cuando le preguntamos por qué, en esos momentos de debilidad e impotencia, sólo encontramos silencio. Es un silencio muy desgarrador que en muchas ocasiones nos lleva cuando menos a la duda y en muchos casos a la pérdida de la fe. 

Hoy es Viernes Santo, día en el que los cristianos de todo el mundo, celebran la muerte en la cruz de Jesús. Pues en esa cruz y en la de tantos crucificados de la historia, que quedaron y siguen quedando en las cunetas de este mundo, está la respuesta a la pregunta ¿dónde está Dios? Que paradoja, buscamos al Dios todo poderoso y encontramos  a un Dios indefenso, débil e impotente colgado en una cruz. Que significativos son aquellos versículos que San Pablo escribió en su primera carta a los Corintios: “Mientras los judíos piden señales y los griegos buscan sabiduría, nosotros predicamos a un crucificado, escandalo para los judíos y locura para los paganos”. Y lo que es una incomprensible locura, se convirtió en el mayor acto de amor y solidaridad de la historia. Jesús con su muerte en la cruz se une al sufrimiento de los pobres y marginados, se hace uno más de las víctimas de las guerras, de los que atraviesan desiertos y mares en busca de una vida digna, muriendo muchos de ellos en el intento, de los padres y madres que no tienen que darle de comer a sus hijos, de las mujeres maltratadas, de los que viven en la calle, en definitiva de aquellos que no cuentan para nada y para nadie. 

Pero la cruz es mucho más, es un símbolo y como todo símbolo nos invita a los cristianos o más bien habría que decir que nos reta a pensar, y como símbolo nos tiene que mover e incitar a la conversión, a cambiar nuestra manera de pensar y como dice Ignacio Ellacuría, que también murió crucificado, nos exige que la práctica de nuestra vida sea bajar de la cruz a los crucificados de la historia.

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